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LUGAR DE LA EDIFICACIÓN DE MÉXICO-TENOCHTITLAN. CÓDICE DURÁN

domingo, 28 de febrero de 2021

La reescritura de la historia

 Historia es, desde luego, exactamente                                                                                                                                                                   lo que se escribió, pero ignoramos si es                                                                                                                                                              exactamente lo que sucedió.

Jardiel Poncela 


    Uno de los hechos más transcendentales para los mexicas en este período fue la reconsideración de su pasado remoto, de tal modo que lo que conocemos de las tradiciones históricas con anterioridad a la asunción del poder por Itzcoatl fue reelaborado en tiempos de este tlahtoani.

    Itzcoatl y sus consejeros, una vez ganada la guerra contra los tepanecas, procedieron a ordenar la creación de una historia oficial nueva. Sahagún describe de manera concisa, en la “Historia General de las cosas de la Nueva España”, la “quema de libros” en tiempos de este gobernante:

“Por la cual cuenta no se puede saber qué tanto tiempo estuvieron en Tamoanchan, y se sabía por las pinturas que se quemaron en tiempo del señor de México, que se decía Itzcóatl, en cuyo tiempo los señores y los principales que había entonces acordaron y mandaron que se quemasen todas, porque no viniessen a manos del vulgo, y viniessen en menosprecio.”1

    El Dr. León-Portilla traduce del nahuatl lo que afirman los informantes del propio Sahagún, en el "Códice Matritense de la Real Academia de la Historia":

Se guardaba su historia,
pero entonces fue quemada: 
cuando reinó Itzcóatl en México.                                                           
Se tomó una resolución,                                                                                       
los señores mexicas  dijeron:                                                           
No conviene que la gente                                                         
conozca estos libros de pinturas.                                                   
Los que están sujetos,                                                                         
se echarán a perder,                                                                              
y  andará torcida la tierra,                                                          
porque en ellos se guarda mucha mentira                                        
y muchos en estas pinturas han sido tenidos                 
falsamente por dioses.2 

    No se convino una simple quema de libros, sino que se concibió una historia oficial, basada en un patrón común a todas las historias de los pueblos de la zona  lacustre. A efectos de potenciar la identidad de los habitantes de Tenochtitlan se ideó el lugar común de procedencia, Aztlan, a imagen y semejanza del actual emplazamiento de la ciudad; se elevó a Huitzilopochtli, numen del principal calpolli, a dios patrón y conductor de los mexicas; y, finalmente, se legitimó a sus gobernantes, subrayando su ascendencia colhua, heredera de la tradición de Tollan, núcleo de referencia cultural y de poder de los señoríos de la Cuenca -téngase en cuenta el título de Colhuatecutli adoptado por Itzcoatl-. 

    Alusiones a esta creación oficial de la historia las tenemos, entre otros autores, en Duverger, quien apoyándose en determinadas fuentes documentales señala como uno de los elementos estructurales en que se basa la historia hasta Itzcoatl el de la fecha ce tecpatl -uno pedernal-. En dicha fecha se iniciaba la peregrinación, se llegaba a Tollan y a Chapoltepec y era preludio de la fundación de Tenochtitlan. Pero es que en este mismo signo se produce la ascensión al señorío de Acamapichtli, primer tlahtoani mexicatl. Y cincuenta y dos años más tarde, también un ce tecpatl contempla la asunción del gobierno por Itzcoatl. Señala el propio Duverger:

“Luego el ciclo se para; los tiempos importantes de la historia mexicana no son ya sistemáticamente situados desde la perspectiva de esta fecha simbólica; la homotecia cronológica se diluye en el caos de la historia de los acontecimientos. A la perfecta estructuración del pasado sucede la naturalidad mucho más desordenada del curso de las cosas. Se puede ver en ello, me parece, un indicio. Desde la partida de Aztlan hasta la entronización de Itzcoatl, el relato de la historia azteca se caracteriza por una cierta unidad de tono. Pero el ascenso al poder de Itzcoatl trae consigo una ruptura en este modo discursivo. La toma del poder por Itzcoatl  marca a la vez  el fin de una época y el comienzo de una era nueva.”3 [traducción personal].

    No se nos dice nada en el texto de Sahagún sobre la magnitud de la quema ni sobre la transcendencia de la misma.

    En relación con el primer aspecto es de suponer que la destrucción de libros afectaría a los de origen tenochca y a los de los territorios dominados en lo que hiciesen referencia a los mexicas. No obstante, no todos los documentos pictográficos pudieron ser destruídos, aunque ninguno se haya conservado hasta nuestros días. Prueba de ello se pone  de manifiesto en un texto atribuído a Cortés, recogido por García Icazbalceta4 en el tomo II de la “Colección de documentos para la Historia de México”: se trata de la Merced de Hernán Cortés a los caciques de Axapusco y Tepeyahualco. Cuando Cortés desembarca en la costa de Veracruz los embajadores de Motecuhzoma le preguntaron a qué venía. La conversación fue oída por Tlamapanatzin, de Axapusco y Atonaletzin, de Tepeyahualco, que se habían mezclado con la comitiva de los enviados y que disgustados con el tlahtoani lograron hablar con Cortés. El segundo dice ser descendiente de Acamapichtli y el primero se declara descendiente de Motecuhzoma el Viejo y deudo del actual gobernante, y manifiesta que éste no lo quiere reconocer por no haber quemado las pinturas y libros de profecías de sus antepasados. Se ofrecen a entregárselas al español ya que le serían muy útiles en su viaje, a cambio de ciertas mercedes futuras.

    En cuanto a la transcendencia de la reelaboración oficial se puede suponer que afectaría fundamentalmente a las tradiciones históricas de grupos de poder contrarios al representado por el tlahtoani, esencialmente los de los ancianos de los calpoltin, cuyos líderes eran los conservadores de aquellas creencias. Ya se ha dicho anteriormente que uno de los fines perseguidos con la creación oficial de la nueva historia fue el de la legitimación de los nuevos gobernantes tenochcas, tanto a nivel interno como de posición dominante sobre los pueblos vecinos. En resumen, un acto de poder de la facción vencedora resultado del enfrentamiento contra los tepanecas.


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1. Fray Bernardino de Sahagún: Historia General de las cosas de la Nueva España. Ed. Dastin. 1ª ed. Enero 2001. Madrid. Vol II. Libro Décimo, Capítulo 29, p. 868.

2.Miguel León-Portilla: Aztecas-Mexicas. Desarrollo de una civilización originaria. Algaba ediciones. Madrid. 2005. pp. 106-107.

3.Christian Duverger: L´origine des Aztèques. Editions du Seuil. Points Histoire.2003. p. 377.

4.García Icazbalceta: Real ejecutoria de S.M, sobre tierra y reservas de pechos y paga, perteneciente a los caciques de Axapusco, de la jurisdicción de Otumba….Fecha dicha merced por Don Hernán Cortés,… En Colección de documentos para la Historia de México. Tomo segundo. México 1866. pp. 1-24.

miércoles, 24 de febrero de 2021

La constitución de la Triple Alianza

     En el período Postclásico  -ca. 900 d.C. - 1.521  d.C.-, después de  la caída  de la civilización de Teotihuacan, se instaló en el Altiplano Central una endémica situación de guerra de unos pueblos contra otros, tratando de obtener el dominio supraestatal e incluso la mera supervivencia política. Aunque los señoríos eran teóricamente independientes unos de otros, era común la dependencia territorial entre ellos. En esta situación, la formación de alianzas cuatripartitas o tripartitas para la defensa de intereses comunes, principalmente militares, era conocida en el Altiplano Central con anterioridad a la que es objeto del presente análisis, remontándose hasta la época de los toltecas. Como ejemplo de las primeras se puede citar la conformada  por los cuatro señoríos de Tlaxcallan; prototipos de las segundas, las constituídas por Tollan-Colhuacan-Otompan, y años después por Colhuacan-Coatlichan-Atzcapotzalco, mencionadas ambas por Chimalpahin.1



Fase Constructiva III del Templo Mayor. Doble escalinata y estatuas de tezontle encontradas en la base de las escaleras que conducían al adoratorio de Huitzilopochtli.


    El nombre de Triple Alianza no se usó en el lenguaje nahuatl. Chimalpahin escribió Excan Tlatoloyan -el lugar de gobierno en tres partes- para designar a las coaliciones tripartitas mencionadas en el párrafo anterior. El nombre castellano de Triple Alianza, aunque  aplicado por Clavijero2  en el siglo XVIII, se ha venido utilizando comúnmente por los tratadistas desde que el Sr. Orozco y Berra lo empleara en sus comentarios a la “Crónica Mexicana”. Textualmente, en su explicación del topónimo Tacuba,  escribe:

“Su nombre mexicano es Tlacopan, y era cabecera del nuevo reino tepaneca, formando parte  de  la triple alianza ó reyes confederados del Valle.”3 

 


Códice Osuna. Glifos de los tres Tlahtohcayome 4que constituyeron la Triple Alianza.

    La Alianza, tuvo su precedente en la coalición militar de Mexico-Tenochtitlan y Tetzcoco contra Atzcapotzalco, aunque, una vez derrotada ésta última, se constituyó formalmente con la adición del señorío de Tlacopan, de común acuerdo según las crónicas protenochcas, o a instancias de Netzahualcoyotl según Alva Ixtlilxochitl. Dice éste último en su “Historia de la nación chichimeca”:

“[…] y lo que en el tiempo de sus pasados [de Netzahualcoyotl] había sido gobernado por una sola cabeza, parecióle ser mejor y más permanente que fuese gobernado por tres (los cuales fueron los reyes y señores de los tres reinos, México, Tetzcuco y Tlacopan), para lo cual lo trató y comunicó con el rey Itzcoatzin su tío, dándole las causas bastantes que para esto le movían. A Itzcoatzin le pareció muy bien lo que tenía determinado, aunque en lo de Tlacopan era de contrario parecer; lo uno porque Totoquihuatzin no era más de un señor particular, que había estado sujeto al de Azcaputzalco y lo otro, que por el mismo caso de que era de aquella casa, no convenía hacer en él semejante elección, porque no fuese que con ella se tornase a encender otro fuego que fuese mayor que el pasado; Nezahualcoyotzin replicó, que sería gran tiranía, de todo punto acabar el reino tan antiguo de los tepanecas, de donde procedía tantos señores, caballeros y personas ilustres; demás de que se pondría la cosa en tal punto y estado que no hubiese lugar de novedades y alteraciones. Y habiendo dado y tomado sobre este caso, hubo de permanecer el voto y parecer de Nezahualcoyotzin y así juntos todos los señores mexicanos y los de la parte de Nezahualcoyotzin, fueron jurados todos tres por sucesores al imperio y cada uno de por sí por rey y cabeza principal de su reino.5

    De la lectura del texto anterior puede inferirse, indirectamente, que la incorporación de Tlacopan a los dos aliados anteriores tuvo como objeto facilitar el control del territorio occidental de la Cuenca de México; aunque la participación de este señorío en las empresas de la Alianza fue poco significativa. Una vez constituída, los tres señores adoptaron el título de Acolhuatecutli  y Chichimecatecutli  -Señor de los acolhuas y Señor de  los chichimecas- el gobernante de Tetzcoco; Colhuatecutli -Señor de los colhuas- el de Mexico-Tenochtitlan; y Tepanecatecutli -Señor de los tepanecas- el gobernante de Tlacopan.

    Otra vez, sobre la fecha de constitución de la Alianza difieren las distintas fuentes documentales y algunas ni siquiera la mencionan. La guerra contra los tepanecas se puede considerar terminada en 1.433 con la derrota de Cuitlahuac, si bien anteriormente, en la conquista de Xochimilco, participaron las fuerzas de los tres núcleos que formaron la confederación. Lo más probable es que la Alianza se formalizase en nahui Acatl -4 caña-, 1.431 de la era cristiana, año de la proclamación de Netzahualcoyotl como tlahtoani de Tetzcoco y del reconocimiento de Totoquihuaztli de Tlacopan.

    Me he venido refiriendo a la asociación tripartita indistintamente con los términos de alianza y de confederación. Y es que aquella se aproximaba a lo que, desde el  punto de vista político moderno, se entiende como una confederación de Estados: Organización que vincula a través de un pacto a varios Estados soberanos e independientes para unos fines concretos: ayuda militar, cooperación económica, relaciones internacionales, etc. 

    El Dr. Justo López hace referencia a los rasgos característicos de una confederación según Jellinek, entre los que destacan: el que  no afecta a la soberanía de los Estados confederados; que su fin principal es el referente a las relaciones internacionales con los demás Estados;   y que la norma vinculatoria entre los Estados confederados es el pacto.6

    Este pacto tuvo carácter permanente o a perpetuidad, manifestado en el hecho de su duración de casi un siglo, hasta que fue deshecho por los conquistadores españoles. Que los tres señoríos que conformaban la Alianza eran soberanos se revela en el hecho de que en sus asuntos internos no se inmiscuían, y aunque algunas crónicas dicen que el nombramiento de tlahtoani debía de ser sancionado por los otros dos gobernantes debemos entender este asunto como un acto  meramente  protocolario, más dirigido a reafirmar la continuidad de la Alianza que a la participación en la elección de aquél. Dice Zorita:

Al señor de Mexico dice que habían dado la obediencia los de Tlezcuco y Tlacopam en las cosas de la guerra y en todo lo demás eran iguales porque no tenía el uno que hacer en el señorío de otro aunque algunos pueblos tenían comunes y repartían  entre sí los tributos de ellos los de los unos igualmente y los de otros se hacían cinco partes dos llevaba el señor de Mexico y dos el de Tlezcuco y una el de Tlacopam.”7 [el subrayado se ha añadido aquí].

    La Alianza trajo consigo el establecimiento de un nuevo orden político y jurisdiccional sobre el territorio e implicó un conjunto de fines, militares, económicos y de ayuda mutua.

    La nueva articulación política entrañó el reparto del territorio originario y futuro entre los tres aliados, de modo que, inicialmente, cada uno de ellos poseía pueblos propios, y los nuevamente conquistados, según Torquemada8, pasaban al dominio del aliado al que habían tocado en suerte. Como se verá posteriormente la distribución tributaria era más compleja.

    En el orden militar, los tres señoríos se comprometieron a unir sus ejércitos en una serie de campañas iniciadas para dominar a los tlahtocayome independientes de los alrededores de la zona lacustre y posteriormente a territorios cada vez más alejados de la Cuenca de México. La declaración de guerra era tomada de común acuerdo entre los tres tlahtoque, aunque la dirección de las operaciones militares era confiada al señor de Tenochtitlan.

    En la faceta económica, la expansión se basaba en la imposición de tributos a los pueblos sometidos. La participación en la distribución de los mismos es relatada de distinta manera según las fuentes documentales, aunque lo más cercano a la realidad es lo anteriormente escrito por el oidor Alonso de Zorita. En los pueblos originariamente dependientes de un aliado el tributo era percibido íntegramente por el mismo, así como en los conquistados a título individual. En los altepeme ocupados conjuntamente, unas veces cada aliado tomaba ciertos lugares y recaudaba su propio tributo; en otros casos era  repartido  a partes iguales y, finalmente, en otras ocasiones la participación era de dos quintos del total para Tenochtitlan, dos quintos para Tetzcoco y el quinto remanente para Tlacopan.9

    La ayuda mutua está bien documentada por lo que se refiere a las grandes obras hidráulicas y a la construcción del Huei Teocalli en tiempos de Motecuhzoma Ilhuicamina. Así, para la ampliación  de éste último, el señor de Tenochtitlan acude a los gobernantes de las ciudades ribereñas, entre ellas Tetzcoco y Tlacopan. Dice Durán:

“[...] Monteçuma les habló desta manera: señores y grandes de Tezcuco, Xuchimilco, Culhuacan, Cuitlauac, Mezquic, Cuyuacan, Azcaputzalco y Tacuba, que presentes estais, que aueis acudido á mi llamado, sabed: que sois aquí venidos para rogaros encarecidamente que consideréis que nuestro dios y  vuestro padre y madre de todos, debaxo de cuyo amparo estamos, ques Vizilopochtli,  no tiene casa ni donde pueda ser honrado; emos acordado de hacer un suntuoso templo dedicado á su nombre […] yo os mando que luego que lleguéis á vuestras ciudades, mandéis á todos vuestros vasallos que acudan á esta obra con los materiales necesarios, que son piedra, cal, madera y todo lo demas que esta obra requiere […] Ellos dixeron les placía, y con esto se despidieron del rey y de los demás señores y se fueron cada uno á su ciudad, donde luego aperciuieron a todas sus gentes para que se aperciuiesen de materiales para el edificio, lo qual se empeçó á hacer con mucha diligencia".10

    En cuanto a las obras hidráulicas, un ejemplo es el de la construcción del albarradón que separó las aguas de la zona de Tetzcoco de la de México. Se sabe que Netzahualcoyotl fue su artífice intelectual. Motecuhzoma y el mismo Netzahualcoyotl, solicitaron la ayuda de Tlacopan, Colhuacan, Itztapallapan y Tenayocan que la prestaron, según Torquemada.11 También se atribuye al tetzcocano la construcción de la calzada de Tepeyacac y la de la atarjea  que  llevaba  el  agua desde Chapoltepec a Tenochtitlan y que antes entraba por una zanja.

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1. Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin: Ob. cit. Vol. I. Memorial breve acerca de la fundación de la ciudad de Colhuacan. pp. 75-81.

2. Francisco Javier Clavijero: Historia antigua de México. Ed. Porrúa. Colección “Sepan cuantos…”. México. 1982. p. 103.

3. Fernando Alvarado Tezozómoc: Crónica Mexicana. Anotada por D. Manuel Orozco y Berra. José M. Vigil editor. México 1878. Cap. XXII, p. 292.

4. Ver glosario de términos en nahuatl.

5. Fernando de Alva Ixtlilxochitl: Ob. cit. p. 138.

6. Mario Justo López: Formas de Estado. En Derecho Constitucional General. Compil. Raúl Ferrero Costa. Universidad de Lima, 2004. p. 285.

7. Alonso de Zorita: Relación de la Nueva España. CONACULTA. Colección Cien de México, 1999. Vol I. p. 321.

8. Fray Juan de Torquemada: Monarquía Indiana. Edición digital. UNAM. Instituto de Investigaciones Históricas. Estudios de Cultura Nahuatl. México 1975-1983. Vol. I, Libro II, Cap. LVII. p. 242.

9. Pedro Carrasco: Estructura político-territorial del Imperio tenochca. FCE-El Colegio de México. México. 1996. pp. 328-331.

10. Fray Diego Durán: Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme I. CONACULTA. Cien de México. Primera reimpresión. 2002. México. pp. 184-185.

11. Fray Juan de Torquemada: Ob. cit. Vol. I., Libro II. Capítulo XLVI. p. 219.

 


 

domingo, 21 de febrero de 2021

Consolidación del poder

    Itzcoatl, tras la derrota de Atzcapotzalco, introdujo cambios importantes en las estructuras de la sociedad, tanto en los ámbitos social y político como en el terreno militar.
    Hasta entonces el poder político de los sucesivos tlahtoque tenochcas había estado limitado, por depender casi exclusivamente del tributo de los plebeyos -macehualtin- de Tenochtitlan, que a su vez estaban supeditados, para la distribución de tierras e impartición de justicia, de los jefes de los calpontin, cuyos intereses no siempre coincidían con los del tlahtoani. Sin embargo, tras la derrota de los tepanecas, Itzcoatl  dispuso de tierras, procedentes de los vencidos, que le tributaban a título personal. Asimismo, como se ha dicho, repartió parte de las nuevas propiedades entre su propia familia, los nobles, los templos, en menor medida a los calpontin y, a título individual, entre guerreros plebeyos que se habían distinguido personalmente en las batallas; pero, en general, los macehualtin  quedaron excluídos del reparto.
Esta situación se intentó racionalizar por parte del poder, en el relato histórico, como la consecuencia de un pacto entre los nobles y la gente del pueblo. Aquellos eran partidarios de la guerra contra Atzcapotzalco, mientras que el pueblo, temeroso de los perjuicios de una posible derrota, se oponía; incluso era partidario de llevar la imagen de su dios, Huitzilopochtli, a la ciudad tepaneca, lo que se interpretaba por aquellos pueblos como un claro signo de sumisión. Finalmente se llegó a un acuerdo: en caso de ser derrotados los mexicas, los macehualtin matarían a los nobles y comerían su carne; por el contrario, si éstos resultaban  vencedores  los  plebeyos  se convertirían en sus tributarios,  trabajarían sus  tierras, edificarían sus casas y portearían su bagage y armamento en sus desplazamientos a la guerra.
He aquí como describe el pacto Fray Diego Durán:
“Sauido ya por los de México como ya la guerra estaua publicada y que no se podía dexar de hacer y efetuar, la gente comun, temerosa, empeçó a temer y hacer lástimas y á pedir á los señores y al rey los dexase salir de la ciudad. Los señores consolándolos, y el rey en persona les dijo: no temais, hijos míos, que aquí os pondremos en libertad sin que os haga mal ninguno. Ellos replicaron, ¿y si no salieredes con ello, qué será de nosotros? Si  no saliéremos con nuestro yntento nos pondremos en vuestras manos, dixeron ellos, para nuestras carnes sea mantenimiento vuestro, y allí os vengeis de nosotros y nos comais en tiestos quebrados y sucios, para que en todo nosotros y nuestras carnes sean infamemente tratadas. Ellos respondieron, pues mirá que así lo emos de hacer y cumplir, pues vosotros mismos os dais la sentencia; y así nosotros nos obligamos, si salís con vuestro intento, de os seruir y tributar y ser vuestros terrasgueros y de edificar vuestras casas y de os seruir como á verdaderos señores nuestros, y de os dar nuestras hijas y hermanas y sobrinas para que os siruais dellas, y cuando fuéredes á las guerras de os lleuar vuestras cargas y bastimentos y armas á cuestas, y de os seruir por todos los caminos por donde fuéredes; y finalmente, vendemos y subjetamos nuestras personas y bienes en vuestro seruicio para siempre. Los principales y señores viendo á lo que la gente común se ofrecia y obligaua, admitieron el concierto, y tomándoles  juramento de que así lo cumplirian, ellos lo juraron […]”1 

    En el plano castrense Itzcoatl  elevó a sus familiares más cercanos a los más altos grados, nombrando a sus sobrinos Motecuhzoma y Tlacaelel, respectivamente, tlacatecatl y tlacochcalcatl, es decir capitán general del ejército y general jefe del armamento militar. 

    Instituyó, como ya se dijo en el capítulo anterior el Consejo de los Cuatro, dentro del Consejo Supremo, compuesto de cuatro nobles escogidos de entre los parientes más próximos, uno de los cuales tenía que ser electo como nuevo tlahtoani.

    En el aspecto social, la distribución de tierras entre los nobles y guerreros distinguidos constituyó la base económica para una fuerte estratificación, que continuaría hasta la época de la llegada de los españoles. Esta disposición de propiedades en manos de Itzcoatl, tras la derrota de los tepanecas, supuso un gran instrumento para la consolidación del poder de la dinastía. Hasta entonces las prerrogativas de los tlahtoque habían estado bastante limitadas por las potestades paralelas de los jefes de los calpoltin, en cuanto que impartían justicia y repartían los tributos y los efectivos militares entre los habitantes de los mismos. La distribución de tierras entre nobles fortaleció una clase social a la cual además se dieron otra serie de privilegios, como cargos  en la incipiente administración burocrática. También la entrega de propiedades a los guerreros sobresalientes ayudó a crear una categoría de militares ennoblecidos que se ligó más a los intereses  del poder central que a los de sus unidades sociales de origen, facilitando con ello la política de expansión militar del estado. 

    Lo dicho hasta ahora sobre la distribución de tierras hace necesario comentar, aunque sea sucintamente, el régimen de tenencia de las mismas por parte de la sociedad mexica. La  mayor parte de las propiedades, a partir de la expansión territorial iniciada por Itzcoatl, radicaba fuera de Tenochtitlan, pues el espacio destinado al cultivo en la ciudad era reducido y sus habitantes anteriormente dependían, en gran medida a través del intercambio por productos del lago, del suministro de recursos agrícolas de otros altepeme de la Cuenca.

    No existe acuerdo  entre los tratadistas sobre la existencia o no de propiedad privada de la tierra entre los mexicas. Sin embargo, prescindiendo de concepciones de tipo jurídico o formal, se puede decir que lo verdaderamente esencial sobre su tenencia no estribaba tanto en su propiedad como en su provecho. Dice Castillo Ferreras al respecto:

“Si ningún mexica, incluyendo al  tlatoani, pudo pregonar en aquella época ‘esta tierra es mía’, estaba en lo cierto: la tierra no era de él sino para él.”2

    Aceptando que sólo existían dos clases de propiedad de las tierras, la comunal y la estatal, las mismas eran, respectivamente, las calpollalli -literalmente tierras del calpolli- y las altepletalli -textualmente tierras del altepetl- .

    En atención al uso a que estuvieran dedicadas, las fuentes documentales hablan, entre otras, de las siguientes categorías:

-Calpollalli, tierras comunales, de posesión corporativa de los miembros del calpolli. Entre ellas se podían distinguir las cultivadas en común para el pago del tributo y las que se entregaban a cada uno de sus miembros para su labradío y sustento; éstas no se podían vender ni arrendar por parte de sus usufructuarios y si las dejaban de cultivar sin justificación por más de dos años las perdían.

-Tlatocatlalli, textualmente tierras del tlahtoani. Tierras públicas destinadas a un gobernante por sus funciones de dirigente supremo de un altepetl. Eran inalienables y pasaban al próximo tlahtoani al suceder a su predecesor.

-Tecpantlalli, literalmente tierras del palacio. Tierras públicas reservadas para cubrir las necesidades de los servidores del palacio del señor. Las personas que las usufructuaban, los tecpanpouhque, no podían ni venderlas ni arrendarlas, aunque las podían transmitir hereditariamente si sus hijos seguían al servicio del palacio.

-Pillalli, tierras de los nobles. Tierras concedidas por el gobernante a los pipiltin de nacimiento. Podían ser cedidas hereditariamente. Esta posibilidad de transmisión hereditaria es la que ha conducido a algunos historiadores a divulgar la existencia de la propiedad privada de estas tierras. Sin embargo su posesión tenía ciertas limitaciones, pues aunque podían ser vendidas el adquirente debía de ser otro noble, nunca un plebeyo.

También se incluían en esta rúbrica las tierras entregadas a guerreros del pueblo llano que se habían distinguido en batallas, los cuauhpipiltin, cuyo estatus nobiliario era inferior al de aquellos; y las tierras concedidas a determinados señores por prestación de servicios públicos. En estos casos la posesión no era transmisible por herencia.

-Teotlalli, tierras de los templos. Tierras públicas entregadas por el gobernante para el mantenimiento de los templos y sus sacerdotes.

-Milchimalli, tierras cuyos rendimientos estaban destinados al sostenimiento del ejército.

    Murió Itzcoatl el año 13 tecpatl -1.440 d.C.-, y, además de las reformas efectuadas en las facetas política, militar y social ya comentadas, durante su mandato se ejecutaron importantes obras públicas como fueron la construcción de la calzada de Itztapallapan, el engrandecimiento del Huei Teocalli y la elevación de otros templos.

    La calzada de Itztapallapan unía en línea recta el centro ceremonial de Tenochtitlan con Huitzilopochco, con dos ramales previos que comunicaban uno con Coyohuacan y otro con Mexicatzinco e Itztapallapan. Desde Huitzilopochco, la vía continuaba por la orilla del lago hasta las cercanías de Xochimilco, donde se internaba de nuevo en las aguas hasta llegar a esta población.    

    Por disposición de Itzcoatl la calzada fue construída por los xochimilca, con ayuda de los coyohuaque y los atzcapotzalca, tras la derrota de los mismos por los mexicas. He aquí como describe Alvarado Tezozómoc dicha orden:

 “Entendido por él, hizo llamar a los tepanecas de Azcapuçalco y los de Cuyuacan juntamente, los suchimilcas, e les dixo: ‘luego habeis de poner entre todos vosotros una calçada y camino, toda de piedra pesada de quince braças de ancho, dos estados de alto’. Y visto el mandato, se hizo luego, que es éste de agora de la entrada de Mexico Xoloco.”3 

    Se han descubierto siete fases constructivas del Huei Teocalli o Templo Mayor y que cada una consistía en una superposición sobre la anterior, haciendo el edificio más ancho y más alto, basándose en la necesidad de evitar su hundimiento en el  terreno pantanoso y en el no menos importante empeño de los sucesivos gobernantes en aumentar su prestigio y su impresión de poder. Pues bien, la que ha sido llamada fase III, que cubrió totalmente la construcción anterior, es atribuída por los arqueólogos a la época de Itzcoatl, ya que una fecha grabada en la parte posterior del basamento representa el año nahui Acatl -4 Caña-,  correspondiente a nuestro 1.431 d.C., unos cinco años después de la asunción del poder por este tlahtoani.

    Una de las acciones políticas más importantes de este dirigente fue el impulso dado a la constitución de una confederación de Tenochtitlan con los señoríos de Tetzcoco y Tlacopan que, después de la derrota de Atzcapotzalco, mantuvo su vigencia hasta la conquista de los españoles. Dicha asociación, conocida como la Triple Alianza, permitió la expansión de los confederados a territorios muy alejados de la zona lacustre de la Cuenca de México, desde las costas del Golfo a las del Pacífico.

  

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1. Fray Diego Durán: Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme. Tomo I. CONACULTA. Cien de México. Primera reimpresión. 2002. México. p. 126.

2. Víctor M. Castillo F.: Estructura económica de la sociedad mexica según las fuentes documentales. UNAM. Instituto de Investigaciones Históricas. 3ª ed. México 1996. p. 84.

3. Fernando Alvarado Tezozómoc: Crónica Mexicana. Editorial Dastin. 2ª ed. Madrid 2001. p. 106.