Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió.
Jardiel Poncela
Uno de los hechos más
transcendentales para los mexicas en este período fue
la reconsideración de su pasado remoto, de tal modo que lo que conocemos de las
tradiciones históricas con anterioridad a la asunción del poder por Itzcoatl fue reelaborado en tiempos de este tlahtoani.
Itzcoatl y sus consejeros, una vez ganada la guerra
contra los tepanecas, procedieron a ordenar
la creación de una historia oficial nueva. Sahagún describe de manera concisa,
en la “Historia General de las cosas de la Nueva España”, la “quema de libros”
en tiempos de este gobernante:
“Por la cual cuenta no se puede saber qué tanto tiempo estuvieron en Tamoanchan, y se sabía por las pinturas que se quemaron en tiempo del señor de México, que se decía Itzcóatl, en cuyo tiempo los señores y los principales que había entonces acordaron y mandaron que se quemasen todas, porque no viniessen a manos del vulgo, y viniessen en menosprecio.”1
El Dr. León-Portilla traduce del nahuatl lo que afirman los informantes del propio Sahagún, en el "Códice Matritense de la Real Academia de la Historia":
Se guardaba su historia,
pero entonces fue quemada:
cuando reinó Itzcóatl en México.
Se tomó una resolución,
los señores mexicas dijeron:
No conviene que la gente
conozca estos libros de pinturas.
Los que están sujetos,
se echarán a perder,
y andará torcida la tierra,
porque en ellos se guarda mucha mentira
y muchos en estas pinturas han sido tenidos
falsamente por dioses.2
No se convino una simple quema de libros, sino que se concibió una historia oficial, basada en un patrón común a todas las historias de los pueblos de la zona lacustre. A efectos de potenciar la identidad de los habitantes de Tenochtitlan se ideó el lugar común de procedencia, Aztlan, a imagen y semejanza del actual emplazamiento de la ciudad; se elevó a Huitzilopochtli, numen del principal calpolli, a dios patrón y conductor de los mexicas; y, finalmente, se legitimó a sus gobernantes, subrayando su ascendencia colhua, heredera de la tradición de Tollan, núcleo de referencia cultural y de poder de los señoríos de la Cuenca -téngase en cuenta el título de Colhuatecutli adoptado por Itzcoatl-.
Alusiones a esta creación oficial de la historia
las tenemos, entre otros autores, en Duverger, quien apoyándose en determinadas
fuentes documentales señala como uno de los elementos estructurales en que se
basa la historia hasta Itzcoatl el de la fecha ce tecpatl -uno
pedernal-. En dicha fecha se iniciaba la peregrinación, se llegaba a Tollan y a Chapoltepec y era preludio de la
fundación de Tenochtitlan. Pero es que en este
mismo signo se produce la ascensión al señorío de Acamapichtli, primer tlahtoani mexicatl. Y cincuenta y dos años
más tarde, también un ce tecpatl
contempla la asunción del gobierno por Itzcoatl.
Señala el propio Duverger:
“Luego el ciclo se para; los tiempos importantes de la historia mexicana no son ya sistemáticamente situados desde la perspectiva de esta fecha simbólica; la homotecia cronológica se diluye en el caos de la historia de los acontecimientos. A la perfecta estructuración del pasado sucede la naturalidad mucho más desordenada del curso de las cosas. Se puede ver en ello, me parece, un indicio. Desde la partida de Aztlan hasta la entronización de Itzcoatl, el relato de la historia azteca se caracteriza por una cierta unidad de tono. Pero el ascenso al poder de Itzcoatl trae consigo una ruptura en este modo discursivo. La toma del poder por Itzcoatl marca a la vez el fin de una época y el comienzo de una era nueva.”3 [traducción personal].
No se nos dice nada en
el texto de Sahagún sobre la magnitud de la quema ni sobre la transcendencia de
la misma.
En relación con el
primer aspecto es de suponer que la destrucción de libros afectaría a los de
origen tenochca y a los de los territorios dominados en lo que hiciesen
referencia a los mexicas. No obstante, no todos los documentos pictográficos
pudieron ser destruídos, aunque ninguno se haya conservado hasta nuestros días.
Prueba de ello se pone de manifiesto en
un texto atribuído a Cortés, recogido por García Icazbalceta4 en el tomo II de la “Colección de documentos para la Historia de México”: se
trata de la Merced de Hernán Cortés a los caciques de
Axapusco y Tepeyahualco. Cuando Cortés desembarca en la costa de Veracruz los embajadores de Motecuhzoma le preguntaron a qué
venía. La conversación fue oída por Tlamapanatzin, de Axapusco y Atonaletzin, de Tepeyahualco, que se habían mezclado con la comitiva de los
enviados y que disgustados con el tlahtoani lograron hablar con Cortés. El segundo dice
ser descendiente de Acamapichtli y el primero se declara descendiente de Motecuhzoma el Viejo y deudo del actual
gobernante, y manifiesta que éste no lo quiere reconocer por no haber quemado
las pinturas y libros de profecías de sus antepasados. Se ofrecen a
entregárselas al español ya que le serían muy útiles en su viaje, a cambio de ciertas
mercedes futuras.
En cuanto a la
transcendencia de la reelaboración oficial se puede suponer que afectaría
fundamentalmente a las tradiciones históricas de grupos de poder contrarios al
representado por el tlahtoani, esencialmente los de
los ancianos de los calpoltin, cuyos líderes eran los
conservadores de aquellas creencias. Ya se ha dicho anteriormente que uno de
los fines perseguidos con la creación oficial de la nueva historia fue el de la
legitimación de los nuevos gobernantes tenochcas, tanto a nivel interno como de
posición dominante sobre los pueblos vecinos. En resumen, un acto de poder de
la facción vencedora resultado del enfrentamiento contra los tepanecas.
_________________
2.Miguel León-Portilla: Aztecas-Mexicas. Desarrollo de una civilización originaria. Algaba ediciones. Madrid. 2005. pp. 106-107.↩
3.Christian Duverger: L´origine des Aztèques. Editions du Seuil. Points Histoire.2003. p. 377. ↩
4.García Icazbalceta: Real ejecutoria de S.M, sobre tierra y reservas de pechos y paga, perteneciente a los caciques de Axapusco, de la jurisdicción de Otumba….Fecha dicha merced por Don Hernán Cortés,… En Colección de documentos para la Historia de México. Tomo segundo. México 1866. pp. 1-24.↩
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