Emprendió Xocoyotzin, como se verá a continuación, una serie de reformas socioeconómicas, políticas y religiosas que estaban encaminadas a un triple fin: la centralización del poder en su persona, la supremacía de Mexico-Tenochtitlan dentro de la Triple Alianza y la ulterior conversión de la misma en un único centro de poder, Tenochtitlan.
Poco después de acceder al poder acometió una profunda revisión social que reforzó el poder de la nobleza de sangre frente al resto de la sociedad, otorgando además a los pipiltin el monopolio en el ejercicio de las funciones públicas más elevadas. Según se sabe, su predecesor Ahuitzotl favoreció a los macehualtin que se destacaban en las guerras, elevándolos a una posición de nobleza militar no hereditaria y otorgándoles diversos cargos administrativos, en la búsqueda de los mejores servidores del estado. Esta situación cambió con las órdenes de Motecuhzoma quien, según Durán, llamó al cihuacoatl y:
[…] trató con él lo que determinaba hacer acerca de lo que convenía á su servicio y á la auctoridad de su persona; y era que él quería poner nuevos oficiales, así en el servicio de su casa y persona, como en el régimen de la provincia y reino, y mudar todos los que su tío Auitzotl auia puesto y de los que se auia servido, porque munchos dellos eran de baxa suerte e hijos de hombres baxos, […], y quel queria servirse de otros tantos buenos como él, lo uno para honrar su persona, y lo otro para que estando á su lado y siempre en su presencia, los hijos de los grandes Señores y sus primos y hermanos deprenderían el término corte sano y el modo de gouernar, para cuando les cupiese;[…][el subrayado se ha añadido aquí].1
Pero no solo se limitó al cambio de los cargos públicos, sino que también ordenó matar a todos aquellos que habían servido a su tío Ahuitzotl, es de suponer que para evitar cualquier rebelión o complot por parte de los desposeídos.
Si bien esta esclerosis social producida por el bloqueo de la movilidad social ascendente, que impedía progresar a los plebeyos, no por ello se debilitó el control sobre la nobleza; el tlahtoani ordenó a los pipiltin y a los señores tributarios que residieran parte del año en Tenochtitlan, y que cuando la abandonaran para acudir a sus propiedades o a sus lugares de origen dejaran de rehenes a alguno de sus hijos o hermanos, para asegurarse su fidelidad. Pretendió, por lo tanto, tener una nobleza cortesana y políticamente dominada.
En el plano personal adoptó una actitud despótica, que casi le equiparaba a un dios, postura que se reflejaba en el ceremonial que debía mantenerse ante su persona. Cuenta Clavijero:
Nadie podía entrar en el palacio a servir al rey o tratarle algún negocio, sin descalzarse antes en la puerta; ni era lícito comparecer ante el rey con vestidos ricos, porque se tenía por falta de respeto a la majestad; y así aun los más grandes señores (a excepción de los príncipes de la sangre) o se despojaban de los vestidos que llevaban, o a lo menos los cubrían con otros ordinarios para demostrar humillación. Todos al entrar en la sala de audiencia hacían antes de hablar tres reverencias; […] ; hablaban en voz baja y con la cabeza inclinada, y recibían con tanta atención y humildad la respuesta que el rey daba por medio de sus secretarios, como si fuese un oráculo. Al despedirse ninguno volvía las espaldas al trono.2
En el ámbito económico favoreció el comercio a larga distancia, aunque para impedir que el excesivo poderío económico de los pochteca pudiese derivar en algún tipo de alteración los sometió a un riguroso protocolo social que les impedía hacer gala de sus riquezas. Incrementó el tributo a las poblaciones sojuzgadas, y como consecuencia del mayor flujo de productos de lujo aumentó en Tenochtitlan el número de artesanos que los trabajaban, operando muchos de ellos a las órdenes de palacio.
En el terreno de la política exterior adoptó medidas tendentes a una mayor centralización del poder. Además de obligar a los señores tributarios a vivir parte del año en la metrópoli, cambió a los tlahtoque de varias ciudades circunvecinas por familiares o allegados suyos. Según D. Manuel Orozco y Berra:
Ya con la seguridad de mandar, dió rienda suelta á su odioso despotismo: superior se hizo á los mismos dioses y su tiranía no reconoció límites. Exigió cuantiosos tributos, sin medir las fuerzas de los pueblos; quitó al legítimo señor de Atzcapotzalco poniendo en su lugar á su sobrino Oquiz, hombre violento y tirano; desposeyó á los señores de Ehecatepec y de Xochimilco, poniendo á Huamitl y á Omacatl, hechuras suyas; á su hijo Acamapich puso en Tenayocan.3
Y lo que es más importante, intervino en la política dinástica de Tetzcoco a favor de un sobrino suyo a raíz de una querella sucesoria, provocando de hecho una disminución del poderío de su aliada que a la larga, de no haber tenido lugar la invasión castellana, hubiese concluido probablemente con la anexión total de este señorío. A su muerte en 1.515, Netzahualpilli, tlahtoani de Tetzcoco, dejó hijos legítimos pero no había nombrado heredero, y descartado el mayor por no ser considerado apto, hubo, según crónicas de origen acolhua, varios hijos con aspiraciones a la sucesión, entre ellos Coanacochtzin -Serpiente con zarcillos- e Ixtlilxochitl -Flor de color negro-. Las presiones de Motecuhzoma hicieron que el elegido fuese otro, Cacama -Pequeña espiga de maíz-, hijo de una hermana suya y esposa de Netzahualpilli, lo que aceptó Coanacochtzin pero desencadenó la rebelión de Ixtlilxochitl, que se hizo con parte de los territorios septentrionales del señorío, guerreando contra Cacama a favor de sus derechos. Como Motecuhzoma necesitaba transitoriamente la ayuda de Tetzcoco no se opuso a un acuerdo entre ambos rivales según el cual Cacama fue reconocido como tlahtoani, pero sin los territorios afectos a Ixtlilxochitl, situados al norte del Acolhuacan. En definitiva ello repercutió en un debilitamiento del tlahtocayotl.
Según el cronista Ixtlilxochitl, la intervención de Motecuhzoma en relación con Tetzcoco tuvo lugar también en el aspecto militar, ya que antes intentó debilitar a su ejército con el fin de que Tenochtitlan quedase como única potencia del Anahuac. A este fin, en el mismo año de 1.515, mandó dar aviso a los tlaxcaltecas de que una fuerza constituída por lo más granado del ejército tetzcocano los atacaría y que él estaría dispuesto a ayudarles acometiendo por la espalda a los acolhuas. El ejército de Tetzcoco fue sorprendido por los tlaxcaltecas y diezmado, mientras Motecuhzoma y sus contingentes observaban de lejos el desastre sin intervenir. En la refriega fueron hechos prisioneros y sacrificados dos hijos de Netzahualpilli.
El rey Motecuhzoma que estaba a la mira con su ejército en las faldas del cerro que llaman Xacayoltépetl, no se movió ni los soldados, sino que estuvo quedo con sus gentes, gloriándose de ver la matanza y cruel muerte de la flor de la nobleza tetzcucana, donde se echó de ver ser cierta su traición.4
No sólo en los ámbitos de la estructura social, la administración y la política emprendió profundas reformas, sino que en el entorno religioso, siguiendo con los cambios impulsados por Itzcoatl y Tlacaelel, afianzó la figura de Huitzilopochtli. Motecuhzoma no debía de ignorar que imponer su dios a los pueblos sojuzgados hubiera traído consigo contínuas sublevaciones. Por ello mandó construir un templo dentro del recinto del Templo Mayor donde tuviesen cabida todos los dioses de los pueblos sometidos. Dice Durán al respecto:
Parecióle al Rey Monteçuma que faltaua un templo que fuese conmemoración de todos los ydolos que en esta tierra adorauan, y movido con celo de religión mandó que se edificase, el qual se edificó contenido en el de Vitzilopuchtli, en el lugar que son agora las casas de Acevedo: llámanle Coateocalli, que quiere decir Casa de diversos dioses, á causa que toda la diversidad de dioses que auia en todos los pueblos y prouincias, los tenian allí allegados dentro de una sala, y era tanto el número dellos […]5
Se inauguró el templo con toda solemnidad, con sacrificio de cautivos, siendo invitados los dirigentes de las ciudades sometidas y también los de las enemigas. Obviamente ello representaba, simbólicamente, una imposición de Huitzilopochtli sobre el resto de los demás dioses, y una personalización de la identidad de los pueblos subyugados.
Pero la mayor reforma religiosa tuvo que ver con el calendario. Consistió en el cambio de fecha de la fiesta del Fuego Nuevo, en la que tenía lugar la “atadura de años”, que representaba el fin de un “siglo” mesoamericano y el comienzo de otro ciclo calendárico de 52 años.
Hasta entonces las fiestas del Fuego Nuevo siempre se celebraban en un año Ce tochtli -1 conejo-, por lo que el año Gregoriano que correspondía esta vez era el de 1.506. Sin embargo Motecuhzoma ordenó cambiar la misma a Ome acatl -2 caña, 1.507 de nuestro calendario-. En el Códice Telleriano Remensis, debajo del signo 1 conejo se glosa:
En este año se solían atar los años según su cuenta y porque siempre les hera año trabajoso la mudo monteçuma a dos cañas.6
Se ha argumentado que el motivo principal de ello fue que los años Ce tochtli tenían mala fama debido al recuerdo de las hambrunas que tuvieron lugar en dicho signo en tiempos pasados, y a que en este tiempo se produjo otra que duró desde 1.502 hasta 1.506 -es decir, hasta Ce tochtli-, por lo que no parecía aconsejable celebrar la fiesta en dicho año. Pero no sólo se cambió el año de celebración, sino que también se modificó el mes. Hasta entonces se hacía en el mes de Ochpaniztli, pero se decretó su celebración en el mes de Panquetzaliztli, en el que tenía lugar la fiesta dedicada a Huitzilopochtli, cuyo nacimiento había tenido lugar, según algunas fuentes, en un año Ome acatl.
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1. Fray Diego Durán: Historia I. CONACULTA. Cien de México. Primera reimpresión. 2002. México. Cap. LIII. p. 463. ↩
2. Francisco Javier Clavijero: Historia antigua de México. Editorial Porrúa. Séptima edición. México 1982. pp. 127-128.↩
3. Manuel Orozco y Berra: Historia antigua y de la conquista de México. Tomo 4º. Tip. G. A. Esteva. México. 1880. p. 53. ↩
4. Fernando de Alva Ixtlilxochitl: Historia de la Nación Chichimeca. Ed. Dastin. Madrid. 2.000. Cap. LXXIV. p. 241.↩
5. Fray Diego Durán: Ob. cit. Cap. LVIII. p. 501.↩
6. Codex Telleriano-Remensis. Bibliothèque Nationale de France. Folio 41v. http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b8458267s.r=Telleriano+Remensis.langFR ↩