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LUGAR DE LA EDIFICACIÓN DE MÉXICO-TENOCHTITLAN. CÓDICE DURÁN

28 febrero 2025

¿Imperio Azteca? ¿Realidad o entelequia?

Entre los imperios que no se califican a sí mismos como tales, muchos 
merecen  la denominación que otros les han dado posteriormente.1

Maurice Duverger.


      En este apartado trataré de elucidar si podemos llamar imperio al sistema político existente en México desde la tercera década del siglo XV  hasta 1.521,  cuyo centro político radicaba en la zona lacustre de la Cuenca de México, y conocido historiográficamente como la Triple Alianza, desde que así la mencionara Clavijero2 y recogiera esa denominación el Sr. Orozco y Berra.3

     En primer lugar se analizará la formación y la naturaleza política de esa Alianza. En segundo, se tratará de desentrañar a qué nos referimos cuando aludimos al vocablo Imperio. En tercero, se examinará si las características que denotan a algunos sistemas políticos calificados históricamente como Imperios concurren en nuestro caso de estudio. Y en último lugar, a cómo denominarlo.

      Brevemente, en la introducción, se describirá el altepetl 4 como una unidad político-territorial de carácter estatal, ya que cada uno de los Señoríos integrantes de la Alianza, Mexico-Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan- estaban constituídos como tales.5


Introducción6

      La entidad político-territorial nahuatl en el Altiplano Central Mexicano a la llegada de los españoles era el altepetl , al que algunos investigadores, en su mayoría anglosajones, siguiendo criterios de analogía con organizaciones políticas del Viejo Mundo -fundamentalmente de la antigua Grecia y del Renacimiento Italiano- han denominado ciudad-estado.7 Los altepeme (plural de altepetl) se caracterizaban por poseer un territorio propio, estar divididos en clases sociales, tener ejército -los más grandes-, regirse por normas definidas y, normalmente, tener religión institucionalizada.

      Los distintos altepeme diferían en muchos aspectos unos de otros, lo que no posibilita identificar un modelo único de los mismos, pero sí se pueden determinar ciertos rasgos más o menos comunes a ellos.

      Por lo que se refiere al territorio, el altepetl estaba formado por un núcleo urbano central y por un conjunto de lugares menores y exteriores -pueblos, villas y aldeas rurales-, normalmente unidos por lazos de tipo étnico, aunque no era infrecuente la presencia de configuraciones estatales multiétnicas. En algunos casos el altepetl podía poseer lugares dentro del territorio de otro distinto.

      En Mesoamérica, el altepetl, pues, no coincidía con la concepción europea que se tenía de la ciudad como un importante conglomerado residencial con alta densidad demográfica. Nos dicen al respecto M. Elena Bernal y Ángel García Zambrano:

Desde el punto de vista de la concepción de las ciudades europeas, la ciudad mesoamericana constituiría  una  unidad  territorial  en donde los espacios rurales y urbanos se imbrican unos con otros. La población y las construcciones arquitectónicas pertenecientes a dicha unidad se extenderían de manera decreciente desde un núcleo densamente poblado, pasando por espacios entreverados de casas-habitación y tierras de cultivo, hasta la periferia limítrofe, la cual pudiera formar parte de este tejido aunque se encontrara escasamente habitada. Este tipo de ciudad incluye una relación ecológica y religiosa con el paisaje que la circunda y funciona principalmente como una organización regio-ritual en la que las instituciones político-religiosas controlan los quehaceres administrativos y económicos, además de la organización de confrontaciones bélicas […] 8.

       El centro urbano era denominado con el nombre nahuatl de altepenayotl9- literalmente matriz del altepetl-, en contraste a altepemaitl10-dependencia rural o aldeana-. En el altepenayotl mexica, aunque ésta era la etnia principal y dominante, a la llegada de los españoles existía una fuerte población foránea, interesada por las oportunidades que generaba la prosperidad de la ciudad y por el hecho de que los hijos o familiares directos de los nobles de numerosos altepeme conquistados o sojuzgados eran obligados a residir en la urbe como rehenes, bajo la excusa de ser instruídos para servir a Motecuhzoma11. El epicentro o núcleo central podía estar dividido en varias parcialidades, cada una con sus dirigentes; en una de ellas tenía su sede el gobernante principal y en la misma se localizaban algunos de los espacios más relevantes del altepetl -el tecpan o palacio, el templo principal o huei teocalli y el tianquiztli o mercado-.

      El altepetl estaba gobernado por un señor, el tlahtoani -textualmente "el que habla"- o por varios, los tlahtoque -plural de tlahtoani-. Cada tlahtoani gobernaba un territorio, cuya forma de gobierno era conocida como tlahtocayotl, cuya traducción más adecuada sería la de Señorío y no la de Reino que le dieron en general los conquistadores españoles y primeros cronistas, influídos por la denominación de las formaciones políticas más comunes en la Europa de aquel tiempo. Así, por ejemplo, Cortés en su segunda carta al Emperador Carlos:

En especial hace relación de una grandísima provincia muy rica, llamada Culúa (sic), en la cual hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos y riquezas, entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas, llamada Tenustitlan (sic) que está, por maravilloso arte edificada sobre una grande laguna; de la cual ciudad y provincia es rey un grandísimo señor llamado Mutezuma [...]12[el texto en negrita se ha resaltado aquí aquí].

      Fray Toribio de Benavente, Motolinia, en  carta del 2 de Enero de 1.555 y dirigida a Carlos V, le dice en algunas líneas: 

[...] A los pueblos que V.M. más obligación tiene en toda esta Nueva España, son Tezcuco y Tlacuba y México. La razón es que cada señorío de estos era un reino, y cada señor de éstos tenía diez provincias y muchos pueblos a sí subjetos. Y demás de esto, entre estos señoríos se repartían tributos de ciento y sesenta provincias y pueblos, y cada señor de éstos era un no pequeño rey 13[...] [los textos en negrita se han resaltado aquí].

      El altepetl de Mexico-Tenochtitlan, al igual que los de Tetzcoco y Tlacopan, tenía sometidos a muchos otros, y su señor era considerado como huei tlahtoani -gran señor o gobernante principal-. Algunos cronistas se refirieron a Motecuhzoma como rey o emperador, cuando, como se ha dicho, éstos eran vocablos no conocidos en Mesoamérica. Así, Antonio de Solís y Rivadeneyra, Cronista Mayor de Indias desde 1661, escribe:  

[…] Tenía Hernán Cortés en Tezcúco frequentes visitas de los Caciques, y Pueblos comarcanos, que venían á dar la obediencia, y ofrecer sus Milicias. Subditos mal tratados, y queixosos del Emperador Mexicano, cuya gente de guerra los oprimia, y desfrutaba con igual desprecio, que inhumanidad […] 14[el texto en negrita se ha resaltado aquí aquí].

     No obstante, aunque históricamente ha prevalecido el uso de rey para designar al tlahtoani y el de emperador en vez de huei tlahtoani, es de resaltar que algunos de los primeros autores observaron perfectamente la diferencia entre los mismos y la de rey o emperador. Así, el anónimo fraile franciscano autor del “Origen de los mexicanos”, escribe: 

 Había,  empero,  entre  ellos  una  manera  de  reconocimiento  de  señor o principal, a modo  de paterfamilias,  a quien tenían acatamiento e conocimiento de obediencia, e le  llamaban por nombre de Señor, que es tlatoani, y en su lengua se dice, y también modo de matrimonio, e se guardaban lealtad; […]15 

      Y en todo el texto del manuscrito continúa utilizando el término señor para referirse a los distintos tlahtoque.

      La sociedad estaba fuertemente estratificada en varias clases sociales: los nobles -pipiltin-, los plebeyos -macehualtin- y los esclavos -tlatlacotin-. Existían poderosos estamentos militares y sacerdotales.

      En cuanto a la religión, aunque rendían culto a diversos dioses, cada altepetl poseía un dios patrono, constituyendo sus ritos una fuente de fuerte cohesión social. También las parcialidades poseían sus propios dioses tutelares, así como los hogares sus númenes particulares.

     Pues bien, los tres Señoríos que venimos considerando establecieron una Alianza tripartita en la primera trecena del siglo XV, para la consecución de objetivos comunes que se detallan a continuación.


La Triple Alianza de Tenochtitlan-Tlatelolco-Tlacopan.

         En el período Postclásico -ca. 900 d.C. – 1.521 d.C.-, después del colapso de Teotihuacan y, posteriormente de Tollan, se instaló en el Altiplano Central una crónica situación de guerra de unos Señoríos contra otros, tratando de obtener el dominio supraestatal e incluso la mera supervivencia política; aunque estos Señoríos eran teóricamente independientes unos de otros, no era extraña la dependencia territorial entre ellos. En este estado de cosas, la formación de alianzas cuatripartitas o tripartitas para la defensa de intereses comunes, principalmente militares, era conocida en el Altiplano Central con anterioridad a la constituída por los tres altepeme de Tenochtitlan, Tlatelolco y Tlacopan. Como ejemplo de las primeras se puede citar la conformada por los cuatro Señoríos de Tlaxcallan; prototipos de las segundas, las constituídas por Tollan-Colhuacan-Otompan, y años después por Colhuacan-Coatlichan-Atzcapotzalco, mencionadas ambas por Chimalpahin.16

         El nombre de Triple Alianza no se usó en el lenguaje nahuatl. Chimalpahin escribió Excan Tlatoloyan -el lugar de gobierno en tres partes- para designar a las coaliciones tripartitas mencionadas en el párrafo anterior. El nombre castellano de Triple Alianza, aunque aplicado por Clavijero en el siglo XVIII, se ha venido utilizando asiduamente por los tratadistas desde que el  Sr. Orozco y Berra lo empleara tanto en su "Historia antigua y de la conquista de México" como en sus comentarios a la “Crónica Mexicana”. Textualmente, en éstos, al referirse a Tacuba, escribe:

Su nombre mexicano es Tlacopan, y era cabecera del nuevo reino tepaneca, formando parte de la triple alianza ó reyes confederados del Valle17.

   La Alianza, tuvo su precedente en la Coalición militar de Mexico-Tenochtitlan y Tetzcoco para liberarse del yugo de Atzcapotzalco, y se constituyó formalmente con la adición del Señorío de Tlacopan, de común acuerdo entre aquellos, según las crónicas protenochcas, o a instancias de Netzahualcoyotl de Tetzcocosegún Alva Ixtlilxochitl. Dice este último en su “Historia de la nación chichimeca”: 

[…]  y lo  que en el tiempo  de  sus pasados [de Netzahualcoyotl] había sido gobernado por una sola cabeza, parecióle ser mejor y más permanente que fuese gobernado por tres (los cuales fueron los reyes y señores de los tres reinos, México, Tetzcuco y Tlacopan),  para lo cual lo trató y comunicó con el rey Itzcoatzin su tío, dándole las causas bastantes  que para esto le movían. A Itzcoatzin le pareció muy bien lo que tenía determinado, aunque en lo de Tlacopan era de contrario parecer; lo uno porque Totoquihuatzin no era más de un señor particular, que había estado  sujeto al de Azcaputzalco y lo otro, que por el mismo caso de que era de aquella casa, no convenía hacer en él semejante elección, porque no fuese que con ella se tornase a encender otro fuego  que fuese mayor que el Pasado; Nezahualcoyotzin replicó, que sería gran tiranía, de todo punto acabar el reino tan antiguo de los tepanecas, de donde procedía tantos señores, caballeros y personas ilustres; demás de que se pondría la cosa en tal punto y estado  que no hubiese lugar de novedades y alteraciones. Y habiendo dado y tomado sobre este caso, hubo de permanecer el voto y  parecer de Nezahualcoyotzin y así juntos todos los señores  mexicanos y los de la parte de Nezahualcoyotzin, fueron jurados todos tres por sucesores al imperio y cada uno de por sí por  rey y cabeza principal de su reino.18

       De la lectura del texto anterior puede sugerirse que la incorporación de Tlacopan a los dos aliados anteriores tuvo como objeto facilitar el control del territorio occidental de la Cuenca de México; aunque la participación de este Señorío en las empresas de la Alianza no fue demasiado significativa.

      Sobre la fecha de constitución de la Alianza difieren las distintas fuentes documentales y algunas ni siquiera la mencionan. La guerra contra los tepanecas se puede considerar terminada en 1.433 con la derrota de Cuitlahuac, si bien anteriormente, en la conquista de Xochimilco, participaron las fuerzas de los tres núcleos que formaron la Confederación. Lo más probable es que la Alianza se formalizase en nahui acatl -4 caña-, 1.431 de la era cristiana, año de la proclamación de Netzahualcoyotl como tlahtoani de Tetzcoco y del reconocimiento de Totoquihuaztli como tlahtoani de Tlacopan por parte de sus aliados.

      Me he venido refiriendo, indistintamente, a esta asociación tripartita con los términos de Coalición, Alianza y de Confederación. Y  es  que  aquella se aproximaba a lo que, desde el punto de vista de la moderna teoría política, se entiende como una Confederación de Estados: Organización que vincula a través de un pacto a varios Estados soberanos e independientes para unos fines concretos: ayuda militar, cooperación económica, relaciones internacionales, etc.

       García Pelayo define a la Confederación como:

Una vinculación entre Estados, creada por un pacto internacional, con intención de perpetuidad, que da lugar a un poder que se ejerce sobre los Estados miembros y no, de modo inmediato, sobre los individuos.19

      Georg Jellinek, en su “Teoría general del Estado”20, al tratar de las diversas uniones de Estados, señala las características de una Confederación: que está basada en un pacto de derecho internacional, que no disminuye jurídicamente la soberanía de los Estados confederados, y que su fin principal es el referente a las relaciones internacionales con los demás Estados.

     Este pacto tuvo carácter permanente o a perpetuidad, manifestado en el hecho de su duración de casi un siglo (90 años), hasta que fue deshecho por los conquistadores españoles. Que los tres Señoríos que conformaban la Alianza eran  soberanos se revela en el hecho de  que en sus asuntos internos no se inmiscuían, y aunque algunas crónicas dicen que el nombramiento de tlahtoani debía de ser sancionado por los otros dos gobernantes debemos entender esta cuestión como un acto meramente protocolario, más dirigido a reafirmar la continuidad de la Alianza que a la participación en la elección del  aquél. Dice Zorita:

Al señor de Mexico dice que habían dado la obediencia los de Tlezcuco y Tlacopam en las cosas de la guerra y en todo lo demás eran iguales porque no tenía el uno que hacer en el señorío de otro aunque algunos pueblos tenían comunes y repartían entre sí los tributos de ellos los de los unos  igualmente  y los de otros se hacían cinco partes dos llevaba el señor de Mexico y dos el de Tlezcuco y una el de Tlacopan.21 [el texto en negrita se ha resaltado aquí].

      La Alianza trajo consigo el establecimiento de un nuevo orden político y jurisdiccional sobre el territorio e implicó un conjunto de fines, militares, económicos y de ayuda mutua.

         La nueva articulación política entrañó el reparto del territorio originario y futuro entre los tres aliados, de modo que, inicialmente, cada uno de ellos poseía pueblos propios, y los nuevamente conquistados, según Torquemada22, pasaban al dominio del aliado al que habían tocado en suerte. Como se verá posteriormente, la distribución tributaria era más compleja.

         El nombre nahuatl de la Triple Alianza, Excan Tlatoloyan, que también se puede traducir como tribunal de las tres sedes, implicaba el ejercicio de funciones judiciales, ya que los tres señores actuaban como jueces en un tribunal rotatorio, con sede en las tres ciudades, que dirimía los contenciosos surgidos entre las entidades políticas pertenecientes a la Confederación.

          En el orden militar, los tres Señoríos se comprometieron a unir sus ejércitos en una serie de campañas iniciadas para dominar, en un principio, a los altepeme independientes de los alrededores de la zona lacustre y posteriormente a territorios cada vez más alejados de la Cuenca de México. La declaración de guerra era tomada de común acuerdo entre los tres tlahtoque, aunque la dirección de las operaciones militares era confiada al señor de Tenochtitlan.

         En la faceta económica, la expansión se basaba principalmente en la imposición de tributos a los pueblos sometidos. La participación en la distribución de los mismos es relatada de distinta manera según las fuentes documentales. Según el oidor Alonso de Zorita, en los pueblos originariamente dependientes de un aliado el tributo era percibido íntegramente por el mismo, así como en los conquistados a título individual. En los altepeme ocupados conjuntamente, unas veces cada aliado tomaba ciertos lugares y recaudaba su propio tributo; en otros casos era repartido a partes iguales y, finalmente, en otras ocasiones la participación era de dos quintos del total para Tenochtitlan, dos quintos para Tetzcoco y el quinto remanente para Tlacopan23.

         La ayuda  mutua está bien documentada por lo que se refiere a las grandes obras hidráulicas y a la construcción del huei teocalli en tiempos de Motecuhzoma Ilhuicamina. Así, para la ampliación de este último, el señor de Tenochtitlan acude a los gobernantes de las ciudades ribereñas, entre ellas Tetzcoco y Tlacopan. Dice Durán:

[…] Monteçuma les habló desta manera: señores y grandes de Tezcuco, Xuchimilco, Culhuacan, Cuitlauac, Mezquic, Cuyuacan, Azcaputzalco y Tacuba, que presentes estais, que aueis acudido á mi llamado, sabed:  que sois aquí venidos para rogaros encarecidamente que consideréis que nuestro dios y vuestro padre y madre de todos, debaxo de cuyo amparo estamos, ques Vizilopochtli, no tiene casa ni donde pueda ser honrado; emos acordado de hacer un suntuoso templo dedicado á su nombre […] yo os mando que luego que lleguéis á vuestras ciudades, mandéis á todos vuestros vasallos que acudan á esta obra con los materiales necesarios, que son piedra, cal, madera y todo lo demas que esta obra requiere  […] Ellos dixeron les placía, y con esto se despidieron del rey y de los demás señores y se fueron cada uno á su ciudad, donde luego aperciuieron a todas sus gentes para que se aperciuiesen de materiales para el  edificio,  lo qual se empeçó á hacer con mucha diligencia.24

         En cuanto a las obras hidráulicas, un ejemplo es el de la construcción del albarradón que separó la laguna de Tetzcoco de la de México. Se sabe que Netzahualcoyotl fue su artífice intelectual. Motecuhzoma y el mismo Netzahualcoyotl, solicitaron la ayuda de  Tlacopan, Colhuacan, Itztapallapan y Tenayocan que la prestaron, según Torquemada25También  se atribuye al tetzcocano  la construcción de la calzada de Tepeyacac y la de la   atarjea que llevaba el agua desde Chapoltepec a Tenochtitlan y que antes entraba por una zanja.26

      

 Breves consideraciones en torno al concepto de Imperio

      Lingüísticamente todas las palabras informan de un significante (designación) y un significado (concepto). En el dominio de la historia, los conceptos son polisémicos, dependiendo de las consideraciones cronológicas, sociales o políticas tenidas en cuenta en su significación, de tal modo que no se pueden considerar los mismos como cerrados y unívocos.

            Según Reinhart Koselleck:

Como siempre se usa en sus distintas variantes la trilateralidad lingüística de significante (designación) -significado (concepto)- y cosa, en el ámbito de la ciencia de la historia se puede encontrar -en principio pragmáticamente- una diferencia sencilla: la terminología sociopolítica del lenguaje de las fuentes posee una serie de expresiones que se pueden destacar definitoriamente como conceptos, sobre la base de una exégesis crítica de las fuentes. Cada concepto depende de una palabra, pero cada palabra no es un concepto social y político. Los conceptos sociales y políticos contienen una concreta pretensión de  generalidad y son siempre polisémicos -y contienen ambas cosas no sólo como simples palabras para la ciencia de la historia27.

         Y añade:

  [...] un concepto puede ser claro, pero tiene que ser polívoco. Todos los conceptos en los que se resume semióticamente un proceso completo se escapan a la definición; sólo es definible aquello que no tiene historia (Nietzsche). Un concepto reúne la pluralidad de la experiencia histórica y una suma de relaciones teóricas y prácticas de relaciones objetivas en un contexto que, como tal, sólo está dado y se hace experimentable por el concepto28.

         También Michael W. Doyle indica que las:

              proposiciones generales históricas son siempre fuertemente contingentes29.

         Debemos hacer notar que el vocablo “Imperio” -derivado de la palabra latina Imperium-, es un constructo ideológico-político de carácter occidental, referido a determinados sistemas políticos más o menos complejos. Tal voz es inexistente en la terminología nahuatl prehispánica, por lo que las disquisiciones que se efectuarán aquí sobre el término poco tienen que ver con la calificación que daban a su asociación los dirigentes de la Coalición o Alianza formada por los Señoríos de Mexico-Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan.

         Según Krishan Kumar:

[...] cuando utilizamos la palabra “imperio” o cualquiera de sus equivalentes europeos debemos ser conscientes de que estamos empleando un término que tiene una historia occidental y se aplica sobre todo a la experiencia de Occidente. Eso hace que resulte problemático aplicarlo a sistemas no occidentales, tanto antiguos como modernos, incluso cuando queremos hablar del “imperio chino”, el “imperio mogol” o el “imperio safávida”. Las dificultades son aún mayores cuando se habla del [...] “imperio azteca”,  [...] En la mayoría de estos casos sus idiomas no tienen una palabra equivalente a “imperio” tal como lo entendemos en occidente. Por tanto, cabe preguntarse qué tienen en común. ¿Por qué los llamamos “imperios”? ¿Por qué no utilizamos los términos indígenas y exploramos su significado local, particular?

Esto no debe hacernos abandonar la búsqueda de similitudes o significados comunes, de “parecidos de familia”30.

         De lo anterior, se puede deducir que no existe un concepto cerrado y unívoco acerca de lo que es un Imperio. Como bien señala Maurice Duverger:

[...] la unidad  del  vocablo  oculta la diversidad de sistemas que abarca [...] Cada sociedad humana, cada  civilización es única. No podemos encerrarlas en el corsé de una clasificación estricta, en órdenes, géneros, especies, variedades, como Linné, Cuvier, Tournefort lo han establecido para los seres vivos. Un modelo sacado de un área cultural no es extrapolable a otra, radicalmente diferente. Al querer definir con rigor el concepto de imperio, lo haríamos inutilizable, [...]31 

Aun reconociendo que las palabras y los conceptos que representan no son siempre apropiados en absoluto a la realidad que describen o, dicho de otro modo, que el vocablo y su significado no siempre guardan una relación unívoca inalterable, determinados autores han intentado una definición del “concepto de Imperio”, con objeto de resaltar las características básicas de la noción. Entre ellos Dominic Lieven32, Jane Burbank y Frederick Cooper33Moses Finley34, y Michel W. Doyle.

Michael W Doyle expone una definición que tomaremos como base de partida:

Imperio [...] es una relación, formal o informal, en la que un estado controla la efectiva soberanía política de otra sociedad política. Se puede lograr por la fuerza, la colaboración política, la dependencia económica, social o cultural.[...]35

         La relación es formal cuando la potencia dominante asume tanto la política externa como interna de la unidad política subordinada. Es informal cuando el Estado dominante, aunque permita mantener la autonomía política del dominado, controla la efectiva soberanía de este último a través de medios económicos, culturales, religiosos, etc.

         Ampliando más la definición, podría decirse que un Imperio sería un Estado que ejercería un dominio o una influencia decisiva sobre la soberanía de otros Estados, pueblos o sociedades, debido a su superior potencia militar, o a su supremacía económica, religiosa o cultural. 

     Imperios han existido en distintas partes del mundo; unos en Europa -entre ellos el Ateniense, el Romano Occidental, el Imperio Romano Oriental, el Carolingio, el Sacro Romano Imperio Germánico, el de la Monarquía Hispánica de los Austrias, etc.; otros ven la luz en civilizaciones totalmente diferentes -como el Persa, el Chino, el Islámico de Omeyas y Abasíes, o el Otomano.

    Como bien dice Kumar, esa variedad no debe impedirnos intentar la búsqueda de similitudes o significados comunes, de “parecidos de familia”, por lo que del estudio comparativo de los Imperios históricos se puede extraer un catálogo de características que los reflejan, sin que ello signifique que todas y cada una de las mismas hayan de haberse dado paralelamente en todos los casos.

    No traspasaremos para ello los límites de algunos de los ejemplos imperiales más significativos de la Europa occidental, desde el ateniense del siglo V a.C. hasta el español de Carlos V y Felipe II en el siglo XVI, centuria ésta coincidente con la conquista española de Mexico-Tenochtitlan, por tratarse de formaciones políticas preindustriales al igual que era la sociedad mexica de aquel entonces.

         Entre las características mencionadas anteriormente cabe destacar:

         - En primer lugar, la presencia de una actitud expansionista. A estos efectos, es indiferente la naturaleza de la constitución política del poder imperial, sea éste una Monarquía, una República o una Federación o Confederación de ellas. Dicho poder no tiene por qué estar representado por la figura personal de un Emperador, sino que puede ser ejercido, como atestigua la Historia,  por un Órgano Colegiado u otra Institución. Así, la Confederación de Delos, formada por Atenas y diversas ciudades-estado en el año 477 a.C. para protegerse de los ataques persas, tomaba sus decisiones mediante un consejo en el que estaban representadas las ciudades coaligadas; si bien derivó con el tiempo en un Imperio dominado por Atenas, que impuso a las mismas su moneda, su sistema de pesas y medidas e incluso intentó hacer prevalecer su forma de gobierno. 

         Lo verdaderamente importante es la existencia de un ánimo expansionista, basado en un conjunto de causas, que pueden o no ser concomitantes: defensivas, religiosas, económicas e incluso de creencia en la superioridad étnica del pueblo dominante.

         - En segundo lugar, existencia de un territorio. El Imperio se extiende sobre varios territorios sometidos al poder imperial. Habrá algunos -pueblos o Estados- que conserven un grado de autonomía mayor que el de otros; a unos se les permitirá disfrutar de ciertas prerrogativas políticas, pudiendo mantener sus dirigentes o regirse por sus leyes internas o costumbres; en otros casos perderán directamente su autonomía y serán gobernados por funcionarios elegidos por el poder central. Pero, en cualquier caso, las decisiones verdaderamente importantes para la potencia dominante, sobre todo en el ámbito internacional, estarán sometidas a la autoridad de la metrópoli.

        - En tercer lugar, un conjunto de pueblos. En la mayor parte de los Imperios sus habitantes muestran una diversidad étnica y lingüística considerable, aun cuando se pueda haber llegado a una unificación política centralizada en la metrópoli.

            - En cuarto lugar, aun cuando al establecimiento del poder imperial se pueda llegar por variadas vías, la conquista probablemente sea la más destacada. La existencia de un ejército, permanente o no, que ejerza un poder de compulsión sobre los territorios conquistados o un poder disuasorio sobre los deseos de independencia de éstos, es históricamente preponderante. También se puede llegar a la constitución de Imperios a través de alianzas dinásticas o tratados suscritos entre diversas entidades políticas.

        - Existen también otra serie de causas que pueden caracterizar la formación de un Imperio; son factores de tipo social o económico, como la necesidad de ampliar el comercio del Estado dominante o encontrar nuevas fuentes de materias primas. Uno de ellos es, como se ha dicho, el religioso, que ha jugado un importante papel en las expansiones territoriales; en unas ocasiones la potencia dominante ha tendido a imponer sus creencias religiosas a las entidades políticas dominadas; en otras, ha permitido la diversidad de creencias regionales; y algunas veces ha incluído en su panteón las numerosas deidades de los Estados sojuzgados.

      Entre los factores económicos es de reseñar la imposición de tributos a los pueblos conquistados y la monopolización del comercio a gran escala. La apropiación de los excedentes de producción por parte de las élites gobernantes, militares o sacerdotales, hace surgir nuevas necesidades entre las mismas, que propiciarán el aumento del comercio. Ello dará lugar al establecimiento de vías de comunicación permanentes entre los distintos territorios y al mejoramiento de los transportes. De esta expansión del comercio se lucrarán también las élites locales, creando así la idea de que, a través de lazos económicos, la pertenencia al Imperio beneficiará a los territorios sometidos.

La naturaleza del sistema político de la Triple Alianza

      Ya hemos analizado anteriormente la Alianza constituída entre los tlahtoque de Mexico-Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan. Y determinadas las notas que, en general, han caracterizado a algunos Imperios históricos, trataremos de examinar las características del sistema político conocido como la Triple Alianza para dilucidar su posible naturaleza imperial.

         - La actitud expansionista de la Triple Alianza viene atestiguada por las contínuas conquistas de Señoríos hasta entonces independientes y al aumento del territorio dominado desde la constitución de la Confederación por Itzcoatl de Tenochtitlan, Netzahualcoyotl de Tetzcoco y Totoquihuatzin de Tlacopan. La expansión se centró en un principio en los Señoríos aledaños a la zona lacustre, y una vez conquistados o sojuzgados los mismos, se  extendió posteriormente a áreas alejadas del Altiplano Central,  llegando a territorios como la Huaxteca, situada a orillas de la costa del Golfo, a Tehuantepec, en el Pacífico, y hasta las fronteras de Guatemala.

         Fray Diego Durán en su “Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme” pone en boca de uno de los sacerdotes del dios Huitzilopochtli las siguientes palabras:

[...] y según la revelación [del dios] questa noche me mostró,  dice que deste coraçón ha nacido un tunal encima desta piedra, tan lindo y coposo que encima del hace su morada una hermosa aguila: este lugar nos manda que busquemos y que allado nos tengamos por dichosos y bien aventurados, porque este es el lugar de nuestro descanso y de nuestra quietud y grandeça: aquí ha de ser ensalçado nuestro nombre y engrandecida la nacion mexicana; a de ser conocida la fuerça de nuestro poderoso braço, y el ánimo de nuestro valeroso coraçon, conque emos de sujetar á todas las naciones, así cercanas como lexanas, subjetando de mar á mar todos los pueblos y ciudades, aciéndonos señores del oro y de la plata, de las joyas y piedra preciosas, plumas y devisas, etc., y haciéndonos señores dellos y de sus haciendas y de sus hijos y de sus hijas, y nos han de servir y ser subjetos y tributarios. Este lugar manda se llame Tenochtitan para que en él se edifique la ciudad que a de ser Reyna y señora de todas las demas de la tierra y adonde emos de reciuir á todos los demás reyes y señores y adonde ellos an de acudir como á suprema entre todas las demas; [...] 36

       Magnífica alocución que, teniendo en cuenta que la obra está basada en manuscritos pictóricos hoy desaparecidos y en conversaciones con indios viejos que sobrevivieron a la conquista, como atestigua el propio autor, trata de justificar a posteriori, desde el punto de vista de los mexica, la expansión territorial.

         Son razones más complejas las que hay que buscar en el afán de conquista. Un conjunto de factores medioambientales, demográficos, políticos, económicos, sociales y de índole religiosa influyeron en los gobernantes y la gente del común mexica para favorecer el crecimiento territorial más allá del primitivo establecimiento insular.

     La Triple Alianza estaba constituída como una Confederación de los Señoríos de Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan, en la que manteniendo cada uno de sus miembros su independencia,  e incluso sus propios territorios sujetos y tributarios, actuaba como una entidad en determinados asuntos como en el ejercicio de la diplomacia y las guerras de expansión en regiones apartadas del núcleo central de la Confederación. Como queda dicho, los tributos exigidos a los pueblos conquistados se repartían de distintas maneras: en unos casos cada aliado recaudaba el tributo de los lugares que conquistaba; en otros casos era repartido a partes iguales y, finalmente, en otras ocasiones la participación era de dos quintos del total para Tenochtitlan, dos quintos para Tetzcoco y el quinto remanente para Tlacopan.

         - En relación con la segunda característica, el territorio, la expansión de la Triple Alianza llegaba, como dijimos, a lugares situados a las orillas del Golfo de México y del Pacífico e incluso al istmo de Tehuantepec y al lejano Xoconochco, en las fronteras de la actual Guatemala

Sobre todos los territorios conquistados no se ejercía el mismo grado de dominación. Generalmente, cuando un pueblo, después de hechos los correspondientes requerimientos diplomáticos, se avenía a reconocer la superior autoridad de la Triple Alianza se le permitía seguir con sus gobernantes y las obligaciones impuestas no eran demasiado onerosas, consistiendo en la prestación de ayuda militar en posteriores campañas, en el suministro de aprovisionamientos al paso de los ejércitos tripartitos, o en la exacción de tributos moderados o regalos a los tlahtoque dominantes. Sin embargo, a los pueblos que no se sometían voluntariamente, o que estando sometidos se rebelaban, se les sojuzgaba por las armas y les eran impuestas gravosas cargas tributarias, sus dirigentes eran ejecutados o destituídos y reemplazados por otros, simpatizantes con el dominador, asentando en algunos casos gobernadores foráneos procedentes de las metrópolis. En casos extremos se llegaba a la deportación de la población y a su sustitución por colonos procedentes de la zona nuclear dominante.

         - La sujeción ejercida por la Triple Alianza se extendía sobre un conjunto de pueblos lingüísticamente diferentes. A los efectos que interesan aquí y prescindiendo de inventarios taxonómicos que harían prolija la exposición, entre los idiomas hablados por los distintos pueblos dominados se pueden citar los siguientes: el Náhuatl, fundamentalmente en el Altiplano Central, aunque llegó a ser considerado como una lengua franca en todo el territorio; el Mixteca y su relacionado el Popoloca, hablados en parte de Oaxaca y el sur de Puebla; el Zapoteca y sus dialectos, hablados en el este de Oaxaca y en el istmo de Tehuantepec; el Otomí, en las regiones centrales de México; el Mazahua, en los actuales Estados de México y Michoacán; el Totonaca, de las zonas centrales del actual Estado de Veracruz y del noreste del de Puebla.

         - La vía más común para llegar a constituir un Imperio era la conquista de otros territorios que, generalmente, una vez sojuzgados eran gobernados por la metrópoli y en los que se mantenía una fuerza militar para evitar tendencias disgregadoras. Los pueblos dominantes solían mantener una estructura militar estable que permitía intervenir rápidamente allá donde fuese necesario restablecer el orden constituído o aumentar la expansión territorial. No era éste el caso de la Confederación tripartita, que no poseía un ejército permanente conjunto. Sabemos de la existencia de órdenes militares compuestas generalmente por nobles, pero cuyos miembros eran insuficientes para la atención de los destacamentos regionales. Cuando era necesaria la constitución de un ejército, ya fuera de castigo o de conquista, se recurría al alistamiento de los plebeyos -macehualtin-, que tenían obligaciones tributarias y militares, y, como se ha dicho anteriormente, se exigía a algunos pueblos ya sojuzgados la dotación de tropas auxiliares.

         Algunos investigadores discrepan sobre la naturaleza imperial del sistema político constituído en la zona lacustre al oeste de la Cuenca de México. Solo me referiré a varios de ellos; para más casos puede consultarse a J. L. de Rojas en su estudio historiográfico sobre las aportaciones a la estructura y evolución del Imperio Azteca.37

         Así, la carencia de una estructura militar permanente, junto con el mantenimiento de la autonomía y de los dirigentes de numerosos territorios conquistados, ha llevado a Nigel Davies a cuestionarse la verdadera naturaleza imperial del sistema político de la Triple Alianza:

[…] no se trataba de un verdadero imperio en el estricto sentido de la palabra: esto trae inmediatamente a la imaginación un sistema completo de gobernadores provinciales y ejércitos preparados y listos para controlar a los pueblos sojuzgados. En realidad, el dominio azteca era más una alianza entre tres poderes con el propósito de recolectar tributos obtenidos mediante expediciones predatorias. La continuidad del pago estaba asegurada por oficiales recaudadores en ciudades clave; si no se cumplían sus exigencias, se enviaba otra expedición, se repartían horrendos castigos y las exacciones se incrementaban grandemente. Se trataba de un caso de control remoto mediante amenazas de crueles represalias más que de un gobierno directo a través de procónsules. […]38 

       Conrad y Demarest39;prácticamente están de acuerdo con este cuestionamiento.

       Esta postura se deriva de la concepción del Imperio como de dominio directo, basado en la posesión de un ejército permanente que pueda derrotar al enemigo y en la ocupación de su territorio de forma duradera, imponiendo gobernadores del país conquistador que mantengan el control de la entidad vencida.         

   Michael W. Doyle afirma que los Aztecas se organizaban como entidades políticas patrimoniales y califica a su unión como un cuasi-imperio. En sus propias palabras:

Las sociedades patrimoniales del México Azteca y el Perú Inca, en los que el soberano poseía la tierra y su gente, habían establecido cuasi-imperios, sobre pueblos tribales alrededor del Valle de México y del altiplano Andino. Estas sociedades patrimoniales se apoyaban en una demanda social de riego y carreteras en entornos naturales difíciles y ejercían una influencia que descansaba en muy poca fidelidad.40

     Podemos aceptar que, en la realidad histórica, los Señoríos constituyentes de la Triple Alianza eran Estados patrimoniales, en el sentido del concepto ideal weberiano41 de dominio patrimonial; pero ello no implica, a nuestro entender, la acepción de “cuasi-imperio” que da Doyle al sistema político constituído por ellos, a la vista de las características que se han expresado anteriormente para significar a determinados Imperios.

     Por ejemplo, Octavio Paz, al calificar a la Nueva España como una estructura de dominación patrimonial, achaca a la metrópoli unas estructuras políticas pronunciadamente patrimonialistas; pero ni él ni nadie pone en duda la existencia de un Imperio español en aquel tiempo. Textualmente escribe:

Nueva España era una sociedad […] en la que el príncipe consideraba al gobierno como su patrimonio privado y a los funcionarios como sus servidores y familiares. Las disposiciones que limitaban el poder del virrey -la Audiencia, los visitadores, el juicio de residencia- constituían un freno político pero no negaban el carácter patrimonialista del gobierno virreinal. Y no lo negaban porque el virreinato reproducía las características y las estructuras políticas de la metrópoli, acentuadamente patrimonialistas.42

   El altepetl mexicano, así como algunos otros del Altiplano, habían superado la etapa tribal y de jefaturas, estando constituídos como verdaderos Estados, con una sociedad dividida en clases, existencia de autoridad política, ejército, normas legales43, religión institucionalizada y un territorio determinado. Su población había llegado, en tiempos de Motecuhzoma II a un elevado grado de diferenciación social y económica, y poseía un alto nivel de integración comunitaria, favorecida por las creencias religiosas y sus numerosos rituales colectivos.

         El arqueólogo Valeri I. Guliaev, de la Academia de Ciencias de la URSS, con parecidos argumentos, pero sin cuestionar la naturaleza estatal azteca, sostiene algo semejante:

[...] Lentamente el papel de Tenochtitlan y de sus gobernantes crecía en el marco de la Triple Alianza hasta tal  punto que, a la llegada de los españoles, el tlatoani de los aztecas ya dictaba realmente su voluntad a sus antiguos aliados. La conquista española interrumpió el proceso de la formación y desarrollo ulterior del estado azteca, que no consiguió elaborar los mecanismos de inclusión completa en el marco de un imperio único de todos los territorios dependientes de Tenochtitlan. En mi opinión, los aztecas dieron sólo los primeros pasos en esta dirección, sin poder eliminar la independencia interna y la estructura propia de todos los estados conquistados [ ...]44

       La propuesta de Ross Hassig se basa en la clasificación de los Imperios en dos tipos: territorial o de dominio directo y hegemónico o de dominio indirecto, según el ejercicio de la fuerza y el poder en las relaciones políticas. Se entiende la fuerza como la acción física directa, que se consume con su empleo;  mientras el poder, del cual la fuerza es un componente, opera indirectamente y no es consumido con su utilización. Más bien que físico, el poder es psicológico y actúa sobre la percepción ajena en las capacidades de otro para conseguir sus objetivos.

         En propias palabras de Hassig:

[...] Aunque los sistemas territorial y hegemónico usan fuerza y poder para dominar y controlar, el sistema territorial da más énfasis a la primera, mientras el sistema hegemónico lo hace sobre el segundo, con diferentes consecuencias sobre el control, extracción,  integración y expansión. El objeto de un imperio territorial es conquistar y controlar directamente un área, usando la mínima fuerza necesaria para conquistarla y después administrarla. El objeto de un imperio hegemónico es conquistar y controlar indirectamente un área, pero economía de fuerza no tiene el mismo significado. Ya que las tropas imperiales no permanecen en las áreas conquistadas, la fuerza arrolladora y medidas extraordinarias pueden ser usadas en la conquista inicial para intimidar a la dirección local a la contínua obediencia después de que los ejércitos conquistadores se hayan ido. Así lo que puede parecer como excesiva fuerza desde la perspectiva de objetivos territoriales no lo es desde la perspectiva de objetivos hegemónicos. La conquista territorial puede requerir menos fuerza que la hegemónica, pero el control territorial requiere después un nivel constante de fuerza en el área, mientras que el control hegemónico no.

Las características destacadas del Imperio Azteca fueron (1) lograr la expansión política sin control territorial directo, (2) mantenimiento de la seguridad interna ejerciendo influencia sobre una limitada categoría de actividades de los estados subordinados (generalmente asuntos políticos y económicos), y  (3) logrando lo último conservando, como norma general, más bien que reemplazando los gobiernos locales[…]45;[traducción personal].


        A Santamarina Novillo no le convence esta oposición entre fuerza y poder, ya que la Triple Alianza sí poseía fuerza militar permanente como la constituída por los guerreros jaguar y águila -ocelotl y cuauhtli- y la acreditada formación militar de los jóvenes en el calmecac46 y el telpochcalli47. Existían tierras apropiadas para el mantenimiento de los ejércitos -milchimalli-. Santamarina prefiere aceptar la diferenciación entre dominación directa e indirecta

[…] pues ésta sí expresa lo fundamental del sistema hegemónico frente al territorial: la implicación de las élites locales en el funcionamiento del sistema imperial, aliviando así las necesidades administrativas y de control interno del imperio. Así pues, el poder imperial dominante se fundamentaba, en el caso azteca, en la reutilización de estructuras de dominación preexistentes, que, a nivel local, articulaban la dominación del centro hegemónico poniendo a su servicio la organización social y política de los altepetl sometidos, […]48 

         No obstante, parece preferible la definición de Imperio en términos de control formal o informal efectuada por Doyle, ya que el término Hegemonía tiene hoy a nivel académico una significación distinta, aplicada  al control de las relaciones internacionales entre Estados legalmente independientes. Tal fue el ejemplo de Esparta (hegemon) en relación con sus menos poderosos aliados en la denominada Liga del Peloponeso (siglos VI a IV a.C.). Afirma  Snyder:

En el marco de la definición científica propuesta por Michael Doyle, el imperio aparece de manera más general como "un sistema de interacciones entre dos entidades políticas, una de las cuales, la metrópoli dominante, ejerce control sobre la política interna y externa -soberanía efectiva- y la otra, la periferia subordinada". La hegemonía, por otro lado, consiste sólo en controlar las relaciones interestatales en términos generales49.

La Triple Alianza logró su expansión sin mantener, en general, un control territorial directo, ejerciendo su influencia sobre un conjunto de actividades marcadamente económicas, como la exacción del tributo y la orientación y preservación del comercio, y dejando un significativo grado de autonomía a muchas de las entidades políticas conquistadas. No se debe olvidar que en algunos territorios sí se ejercía un control interno de la soberanía de los mismos. 

         - El factor religioso no jugó un papel menos importante, aunque se estima que fue intensamente reforzado, desde el punto de vista ideológico, por la reelaboración de la historia en tiempos del tlahtoani Itzcoatl. Entre los mitos mexica de la creación del sol hay uno que sostiene que se juntaron los dioses y

[...] dijeron que porqué la tierra no tenía claridad y estaba oscura, y para alumbrar no tenía sino la lumbre que en ella hacían; que hiciesen un sol para que alumbrase la tierra, y éste comiese corazones y bebiese sangre, y para ello hiciesen la guerra de donde pudiesen haberse corazones y sangres […]50 

         Así, los mexicas, como creación de los dioses, debían alimentar continuamente al sol con los corazones y la sangre de los enemigos; lo que en cierto modo contribuyó a extender sus conquistas en busca de tan “preciosos” manjares.

         De todo lo expuesto hasta aquí, se puede concluir, a nuestro entender, como adecuada la denominación de Imperio -en el sentido occidental del término- al sistema político conformado por la Confederación mexica-acolhua-tepaneca, constituída en el siglo XV d.C. por las tres ciudades de la zona lacustre de la Cuenca de México. Imperio con características propias, unas comunes con sistemas políticos análogos del Viejo Mundo, y otras específicas, que hay que interpretar a la luz de las singularidades de la civilización mesoamericana.


Denominación del Imperio: ¿Azteca, Mexica, Culhua-Mexica, Tenochca, o de la Triple Alianza?

      De entre quienes aceptan la naturaleza imperial de la Triple Alianza unos se refieren al Imperio Azteca, éstos al Mexica, aquellos al Mexicano, algún otro al Culhua-Mexica, algunos al Tenochca, y otros utilizan la denominación de Triple Alianza.

         Muchas son, pues, las veces que los estudiosos designan, según su criterio, con algunos de los calificativos antedichos al Imperio surgido en la tercera década del siglo XV d.C. en la zona lacustre. E incluso algunos utilizan indistintamente algunos de ellos.51

        El apelativo de Azteca se debe a que los mexica se consideraban procedentes de un lugar -mítico o real-, pero no localizado, llamado Aztlan. Ello justificaría en todo caso la denominación de Aztlaneca, pero no la de Azteca, aunque esta designación se ha convertido en la más habitual, sobre todo entre los historiadores anglosajones.

       Robert Barlow lo llamó Imperio Culhua-Mexica, debido a la “fuerte identificación” entre los habitantes de México y los de Culhuacán, último reducto de los toltecas, de quienes los mexicas se consideraban herederos52.

       La denominación Imperio Mexicano, como bien señala Pedro Carrasco53, puede dar lugar a confusiones con los posteriores de Agustín de Iturbide y de Maximiliano de  Habsburgo.

     Mexica y Tenochca, término éste acuñado por Carrasco54, no parecen adecuados, pues Tenochtitlan era una de las tres partes que conformaban la dirección del sistema político. Bien es cierto que con el transcurso del tiempo los mexica de Tenochtitlan se fueron imponiendo a sus socios, como en su día lo hizo Atenas con las ciudades-estados de la Liga de Delos, pero el proceso de supremacía no llegó a culminar al verse interrumpido por la llegada de los españoles.

         A nuestro entender la designación más correcta para nombrar a esta organización política sería la de Imperio de la Triple Alianza de Tenochtitlan-Tetzcoco-Tlacopan. Con ella se entendería, aunque el nombre resulte algo largo, que el Imperio estaba dirigido por las tres entidades políticas citadas. Recogiendo la denominación de Clavijero y de Orozco y Berra añadiríamos los tres topónimos de los Señoríos coaligados. No se debe desconocer que en Mesoamérica fueron comunes las alianzas triples y cuádruples entre ciudades; por ejemplo, la formada con anterioridad por Atzcapotzalco, Colhuacan y Coatlichan que derivó tras imponerse el primer Señorío en un verdadero Imperio (el Imperio Tepaneca). De ahí que sea importante designar a la Triple Alianza en estudio por los nombres de sus entidades políticas constituyentes.


Conclusión

      Dentro de los estudios sobre el sistema político constituído por la Confederación de los Señoríos prehispánicos de Mexico-Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan, se observan distintas posiciones: aquellas que lo califican como imperial; otras que niegan tal naturaleza, basadas en la concepción del Imperio como de dominio directo; algunas que lo califican de cuasi-imperio, por sostener que las sociedades implicadas eran de tipo patrimonial; y, finalmente, otras que aceptando su cualidad imperial lo califican de hegemónico en contraposición con territorial.

       La posición mantenida en este escrito es la de que el sistema político analizado sí constituía un verdadero Imperio, basándose en el examen comparativo de las características más destacadas de algunas organizaciones preindustriales del Viejo Mundo sobre las que existe consenso generalizado en su afirmación como imperiales.

      Por último, ante los distintos nombres atribuídos a este sistema político, se propone el de Imperio de la Triple Alianza de Mexico-Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan.



1. Maurice Duverger, Le concept d´empire ( París: Presses Universitaires de France, 1980), p. 6.

2. Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México (Sép. Edición; México: Ed. Porrúa, 1984), Libro IV, p. 105. 

3. Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y de la conquista de México (México: Tip. Gonzalo A.  Esteva,1880), Tomo I. Libro II. p. 363.

4. Altepetl: Literalmente “Agua-cerro”. Según Fray Alonso de Molina: “pueblo, o rey”. 
                -Fray Alonso de Molina, Vocabulario en lengua castellana y mexicana (México: Ed. Antonio  Spinosa, 1571), P. 2.  p.  4. 
                 -Marc Thouvenot, Diccionario náhuatl-español. Basado en los diccionarios de Alonso de Molina con el náhuatl normalizado y el español modernizado (UNAM. Instituto de Investigaciones  históricas/Fideicomiso Felipe Teixidor y Montserrat Alfau de Teixidor, 2014), p. 37. Disponible en Internet en:                                                                                                                          http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/diccionario/nahuatl.html (Consultado 22-07-2025).

5. Vid. Eloy Jiménez Martínez, En torno a la superficie de Mexico-Tenochtitlan en 1519. (Colombia: Universidad Industrial de Santander, Anuario de Historia Regional y de las Fronteras, vol. 25 n.°1).

6. En el texto las palabras con grafía nahuatl figuran en cursiva y no llevan tilde al ser casi siempre llanos los vocablos en ese idioma. Véase Thelma Sullivan.: Compendio de gramática náhuatl (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2014). Disponible en Internet:                                                                                                  http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/gramatica/cgnahuatl.html (Consultado 22-01-2025). 
- Las citas de autores también figuran en cursivas
  
7. Mary G. Hodge, “When is a City-State? Archaeological Measures of Aztec City-States and Aztec City-State Systems”, Archaeology of City-States: Cross-Cultural Approaches. (Ed. Debora L. Nichols and Thomas H. Charlton; Washington DC: Smithsonian Institution Press, 1998), pp. 209-228. 
    - Michael Smith, “Aztec City-States”, A Comparative Study of Thirty City States Cultures (Ed. Mogens Herman Hasen; Copenhagen: The Royal Danish Academy of Sciences and Letters, 2000) pp. 581-595.

8. M. Elena Bernal García y Ángel J García Zambrano, “El altepetl colonial y sus antecedentes prehispánicos”, Territorialidad y paisaje en el altepetl del siglo XVI, Coordinadores: Fernández Christlieb y García Zambrano (México: Fondo de Cultura Económica Instituto de Geografía UNAM, 2006), p. 96.

9.  Altepenayotl: Según Fray Alonso de Molina: “Principal ciudad, que es cabeça de reyno”.          
      -Fray Alonso de Molina: Vocabulario …. P. 2. p. 4.

10.  Altepemaitl: “Según Fray Alonso de Molina: Aldea, o aldeano”. 
      - Fray Alonso de Molina: Vocabulario …. P. 2. p. 4.

11. Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme (1ª ed, 1ª              reimp.; México: CONACULTA, Colecc. Cien de México, 2002) Vol. I, Cap. LIII, pp. 463-470

12. Hernán Cortés: Cartas de Relación (23ª ed.; México: Editorial Porrúa. Colección "Sepan Cuantos...", 2010), p. 37.

13. Fray Toribio de Benavente: “Carta de Fr. Toribio de Motolinia al Emperador Carlos V. Enero 2 de 1555”, Historia de los indios de la Nueva España (1ª ed.; Madrid: Ed. Dastin, Crónicas de América, 2001), p. 314.

14. Antonio de Solís y Rivadeneyra, Historia de la conquista de México, población y progresos de la América Septentrional, conocida por el nombre de Nueva España (Madrid: Imprenta de D. Manuel Martín, 1780), p. 144.

15. “Origen de los Mexicanos”. Relaciones de la Nueva España. (1ª edición; Madrid: Ed. Historia 16, Colección Crónicas de América,1.991), p 133.  

16. Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, “Memorial breve acerca de la fundación de la ciudad de Colhuacan”. Las Ocho Relaciones y el Memorial de Colhuacan (1ª ed., 1ª reimp.; México: ed. CONACULTA, Colecc. Cien de México, 2003), Vol. I. pp. 75 y 81.  

17. Fernando Alvarado Tezozómoc, Crónica Mexicana. Anotada por D. Manuel Orozco y Berra. (México: José M. Vigil editor, 1878), Cap. XXII, p. 292.

18. Fernando de Alva Ixtlilxochitl, Historia de la nación chichimeca (1ª ed.; Madrid: Ed, Dastin, 2000), p. 138.  

19. Manuel García Pelayo, Derecho Constitucional comparado. (Madrid. Alianza Editorial,1993). p. 209.  

20. Georg Jellinek, Teoría general del Estado. (1ª ed., 2ª reimp.; México: F.C.E., 2004), pp. 657-662. 

21. Alonso de Zorita, Relación de la Nueva España (1ª ed.; México: CONACULTA, Colección Cien de México, 1999), Vol. I. p. 321.

22. Fray Juan de Torquemada, Monarquía Indiana (Edición digital; México: UNAM. Instituto de Investigaciones Históricas. Estudios de Cultura Nahuatl. México 1975-1983), Vol. I, Libro II, Cap. LVII. p. 242. Disponible en Internet en: 
https://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/monarquia/

23. Pedro Carrasco, Estructura político-territorial del Imperio tenochca. (1ª ed.; México: FCE-El Colegio de México, 1996), pp. 328-331.

24. Fray Diego Durán, Historia de las Indias … (1ª ed, 1ª reimp.; México: CONACULTA, Colecc. Cien de México, 2002) Vol. I, Cap. XVI, pp. 184-185.

25. Fray Juan de Torquemada, Monarquía … Vol. I, Libro II, Capítulo XLVI, p. 219.

26. Fernando de Alva Ixtlilxochitl, “Historia de los señores Chichimecas”, Obras Históricas, publicadas y anotadas por Alfredo Chavero. (México: Oficina Tip. De la Secretaría de Fomento, 1891), Tomo I, Relación Undécima. pp. 317-318.

27. Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos (Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, 1993). p. 116.

28. Reinhart Koselleck, Futuro pasado... (Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, 1993). p. 117.  

29. Michael W. Doyle, Empires. (First ed., third printing; New York, Cornell University Press, 1992), p. 13

30. Krishan Kumar, Imperios del mundo, Una sociología histórica y política. (Alianza Editorial, Madrid, 2023), Cap. I, pp.21-22.

31. Maurice Duverger, Le concept d´empire.(1ª Ed.; París: Presses Universitaires de France, 1980),  p. 6.

32. Dominic Lieven, Empire. The Russian Empire and its Rivals. (USA, Yale University Press,  2001), Preface, p. XI.

33. Jane Burbank y Frederick Cooper, Empires in World History: Power and the Politics of  Difference. (USA, Princeton University Press, 2011), p. 8.

34. Moses I. Finley, Economy and society in ancient Greece (USA, New York, The Viking Press, 1982), p. 42.

35. Michael W Doyle, Empires… p. 45.

36. Fray Diego Durán, Historia de las Indias … (1ª ed, 1ª reimp.; México: CONACULTA. Cien de México, 2002), Vol. I, Cap. V, pp. 90-91.

37. José Luis de Rojas, Imperio Azteca. Historia de una idea. (1 ed.; Madrid: Ediciones Rosa M.ª  Porrúa, 2016).

38. Davies, Nigel, Los Aztecas. (1ª ed.; Barcelona: Ediciones Destino, 1977), p. 96-97.

39. Geoffrey W. Conrad, y Arthur Demarest, Religión e imperio. Dinámica del expansionismo azteca e inca. (Madrid: Alianza Editorial. 1988), pp. 82-84

40. Michael W. Doyle, Empires (First ed., third printing; New York, Cornell University Press,1986), p.115

41. Weber, Max, Economía y Sociedad. (2ª ed., 4ª reimp.; Madrid: F.C.E., 2002), Parte I: pp. 170-239. Parte II: pp. 695-1103.

42. Octavio Paz Lozano, Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la fe. (México: Ed. Planeta de México, 1982), p. 257.

43. Ángel María Garibay, “Historia de los mexicanos por sus pinturas”. Teogonía e Historia de los mexicanos. Tres opúsculos del Siglo XVI (6ª ed.; México: Ed. Porrúa, Colecc. “Sepan cuantos…”, 2005), pp. 73-76.

44. Valeri I. Guliaev, “Tipología y estructura de los estados antiguos de Mesoamérica”. Revista Española de Antropología Americana. Vol. XIV, Ed. Univ. Complutense Madrid, 1984, p. 46.

45. Ross Hassig, Aztec warfare. Imperial expansion and political control. (First ed., First paperback printing; USA: University Oklahoma Press, 1988), Chapter II, 2. p. 19.

46. Calmecac: Institución formativa para los hijos de los nobles.

47. Telpochcalli: Institución formativa para los hijos de los plebeyos.

48. Carlos Santamarina Novillo, “Azcapotzalco antes que Tenochtitlan”. Revista Española de Antropología Americana. Ediciones Complutense, 2007, Vol. XXXVII, núm. 2, pp. 99-118. Un estudio historiográfico sobre el Imperio Azteca ha sido publicado por J, L. de Rojas, Imperio Azteca. Historia de una idea (1ª ed.; Madrid: Ediciones Rosa M.ª Porrúa, 2016).

49. Jack Snyder, “Myths of Empire and Strategies of Hegemony”, Revue Critique internationale, vol. XXVI, Nº 1, 2005, pp. 59-78.

50. Ángel María Garibay, “Historia de los mexicanos por sus pinturas”. Teogonía e Historia de los mexicanos. Tres opúsculos del Siglo XVI (6ª ed.; México: Ed. Porrúa, Colecc. “Sepan cuantos…”, 2005), pp. 33-34.

51. Rojas y Gutiérrez Gandarilla, J. L. de: “La organización del imperio Mexica”, Revista Española de Antropología Americana, Nº XXI21, Universidad Complutense de Madrid, 1991, p.  145-169. 
Imperio Azteca: Historia de una idea (1ª ed.; Madrid: Ediciones Rosa M.ª Porrúa, 2016).
     - Bueno Bravo, Isabel: “El imperio mexica y la globalización”. En Anales del Museo de  América,  Nº. XV, 2007b, p. 21-38. 
La guerra en el imperio azteca: expansión, ideología y arte. (Editorial Complutense. Madrid. 2007). 
    - Carlos Santamarina Novillo, El sistema de dominación azteca: el Imperio Tepaneca (Madrid: Ed. Fundación Universitaria Española, 2006), pp. 19-27.

52. Barlow, Robert, “Some remarks on the Term Aztec Empire” The Americas. Vol. I, Nº 3, January 1945. Cambridge University Press. pp. 345-349.

53. Carrasco Pizana, Pedro, Estructura político-territorial …, p. 13.

54. Carrasco Pizana, Pedro: Estructura político-territorial …, p. 14.